sábado, 30 de junio de 2018

LIBROS / "Juliana Hatfield: When I Grow Up - A Memoir" (2008)

Tras esperar en vano diez años a ver si alguien editaba en castellano las memorias de la gran artista independiente Juliana Hatfield, las he acabado leyendo en inglés (su lenguaje llano, pero cuidado, se entiende bien, salvo algún uso puntual del slang). En el libro, Juliana relata más de 30 años de su historia musical y personal, compaginando muy apropiadamente ambas facetas. Además, estructura el relato básicamente en dos espacios temporales. Por un lado, el de su última (en ese momento) gira con su proyecto Some Girls, donde alcanza sus momentos profesionales más bajos, sin fama, recalando en antros infectos, con cada vez menos público, dudas artísticas... Por otro, recordando sus esperanzadores inicios con Blake Babies y su rápido ascenso a la (efímera) gloria, pasando por The Lemonheads y liderando luego en solitario un breve lapso de éxito desde su propuesta de pop-rock indie, con sus recomendables discos "Hey Babe" (1992) y, sobre todo, "Only Everything" (1995). Pronto llegarían los desencuentros con su sello, la caída de ventas, el cambio del modelo discográfico...

A lo largo de sus memorias, Juliana no solo reflexiona sobre su faceta como artista, sino también, desde una visión autocrítica, sobre su lado más personal, incluyendo con valentía sus problemas psicológicos. Asimismo hay momentos jugosos, como algunos detalles de sus relaciones y amantes (respetando identidades). Pero también encontramos pasajes algo más flojos y prescindibles. No obstante, por encima de todo, destaca la bravura de un libro que se muestra como ejercicio de exorcización de sus propios miedos y que acaba con una idea de autosuperación esperanzadora. Su recuperación llega en lo personal y en lo profesional con uno de sus grandes álbumes: "How To Walk Away" (2008). Y, desde entonces hasta ahora, siempre manteniendo un buen nivel, Juliana Hatfield sigue ofreciéndonos lo menor de sí misma.

lunes, 18 de junio de 2018

ECOLOGÍA / Mi pinar en 2018

Hace ahora once años y medio desde que, en diciembre de 2006, decidí dedicar un pequeño terreno erial de mi familia, en Quintanar de la Orden (Toledo), a dar un poco de frondosidad a La Mancha llenándolo de árboles. Primero la intención fue dedicarlo completamente a pinos (plantados con dos años), pero cuando vimos que algunos no agarraban (aun intentándolo varias veces) los combinamos con almendros dulces (plantados desde semillas), que crecen de forma natural en el entorno. El resultado ahora es que tengo un terreno que da gusto visitar, y más con esta primavera lluviosa que hemos tenido, con unos 300 pinos bien crecidos (algunos ya enormes) y una cincuentena de almendros aún jóvenes pero con muchas ganas de crecer. Hay que ver lo mucho que hace un poco de naturaleza: recarga el espíritu y da vida en general

Arriba podéis ver cómo está el pinar actualmente, a principios de junio. Y al lado, cómo estaba apenas un año y medio después de la primera plantación. La diferencia es abismal. El camino no hay sido fácil, no sólo por lo trabajoso de la plantación de tantos árboles (y sus correspondientes nuevas intentonas cuando algunos fallaban), sino estar atentos a varios peligros. Por un lado, la plaga de conejos que hay en estos años en La Mancha y que devoran los tiernos tallos a no ser que los protejas con cartuchos de plástico. Por otro, la también plaga de procesionarias, lepidópteros que ponen sus huevos en las ramas para que al final del invierno y principios de la primavera salgan las orugas, que se comen las hojas y descienden por el arbol en fila (de ahí su nombre) hasta enterrarse en el suelo. Antes de que ocurra eso hay que eliminar los nidos y quemarlos. Pero, ojo, porque las orugas son altamente urticantes y hay que protegerse muy bien las manos, brazos, ojos y cara para proceder al arranque y destrucción.