domingo, 9 de abril de 2023

VIAJES / Centroeuropa: Praga y Viena

Toca viaje por Centroeuropa que, a pesar de ser primavera (calurosa en España), muestra todavía las inclemencias del clima continental con ciertas lluvias y un frío viento helador. Pertrechados para ello llegamos a Praga, la capital de la República Checa bañada por el río Moldava y cuyo casco histórico es merecidamente Patrimonio de la Humanidad. La también llamada Ciudad de las Cien Torres hace honor a su nombre y estas reflejan el esplendor de una urbe de vital importancia en los siglos XVIII y XIX como capital de la histórica región de Bohemia. El centro es una auténtica delicia y muy paseable, con el eje partiendo de la Plaza de la Ciudad Vieja, con el conocido Reloj Astronómico medieval del Ayuntamiento que cada hora hace una pequeña representación de las figuras de los 12 apóstoles. También se puede subir a lo alto de la torre, aunque esto pagando 250 coronas (casi 11 euros). También destacan sus coloridos edificios barrocos, sus iglesias góticas y sinagogas y el puente peatonal de Carlos, finalizado en 1402 pero embellecido por una treintena de estatuas del posterior Barroco. Lo mejor es perderse callejeando por toda la Ciudad Vieja y probar las especialidades culinarias locales como sopas, goulash, cerdo asado o codillo, regado todo con buena cerveza a magnífico precio: unas 50 coronas (2,20 euros) la jarra de medio litro, medida estándar.

Desde luego, no hay que perderse la visita al castillo, ya al otro lado del río (en la Ciudad Pequeña o Malá Strana). La entrada son 250 coronas (11 euros), aunque nosotros apostamos por esta estupenda excursión guiada en español para conocer mejor todos los detalles históricos del lugar, por 46 euros. El transcurrir del tiempo, con sus cambios según la época han hecho que no parezca un castillo tal como lo imaginamos, sino un amplio complejo de diferentes edificios: Antiguo Palacio Real, Basílica de San Jorge, Catedral de San Vito, Callejón del Oro y Torre Daliborka. Aunque la ciudad es paseable, también ayuda a recorrerla el transporte público, como los buses, tranvías y metro, a 30 coronas el trayecto (1,30 euros). Sobre todo si queréis acercaros a otras recomendables zonas más alejadas, como Vysehrad, al sur, con su Basílica de San Pedro y San Pablo y su amplio parque situado a una altura perfecta para contemplar la ciudad. O la subida al Monte Petrin, al este, con su funicular (en ese momento estaba cerrado por obras) que te lleva a la cima por entre 24 coronas (1 euro) y 32 coronas (1,40 euros). La subida se hace agradablemente a pie y es un lugar ideal para relajarse en la naturaleza. Arriba tenéis una torre que imita a la Torre Eiffel y el observatorio astronómico. Después podéis bajar por detrás para llegar a la Ciudad Pequeña visitando el Monasterio de Strahov y la Iglesia de Loreto. Junto al río, tampoco dejéis de echar un vistazo a la Casa Danzante creada por Frank Gehry. De la escena musical y nocturna de Praga destacamos el Jazz Republic, gran sitio de música jazz en directo, y el Rock Café (que pincha eso, rock del bueno, y ofrece conciertos).

Con poco más de dos días en Praga tuvimos bastante, por lo que dedicamos un tercero a conocer la ciudad de Karlovy Vary, a la que llegamos (y volvimos en el mismo día) en autobús por Flixbus en un viaje que nos costó unos 6 euros por trayecto de dos horas cada uno. Famosa de siempre por sus baños termales, que tuvieron su esplendor en el siglo XIX, ahora Karlovy Vary mantiene su magnífico patrimonio de bellos edificios de colores, balnearios y hoteles de lujo, refrendado por la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 2021. No obstante, se nota su aspecto de cierta decadencia, sobre todo a raíz, desde la Guerra de Ucrania, de la falta del turismo ruso de alto nivel adquisitivo, que era cliente principal.

Terminamos de ver Praga (y Karlovy Vary) en tres días y vamos a la estación central de ferrocarriles (Praha hlavní nádraží) para coger un tren regional por unos 30 euros que nos lleva en 4,5 horas (o 5 tras un retraso) a Viena, la capital de Austria e, históricamente, del Imperio Austrohúngaro. A orillas del gran Danubio, sobra mencionar el legado artístico de una ciudad que ha dado al mundo a Mozart, Beethoven y Sigmund Freud. Viena es bien conocida por sus palacios imperiales, incluido el de Schönbrunn, la residencia de verano de los Habsburgo (que no visitamos por falta de tiempo). Pero sí nos lanzamos, dada su cercanía ala estación, a ver el Palacio del Belvedere, que en realidad son tres, pero nos decantamos por el Alto Belvedere por unos 25 euros (aquí ya estamos en precios "europeos"). Para nuestro asombro, además de la majestuosidad del edificio, este contiene una excelente colección de pinturas: Monet, Klimt, Schiele, Kokoschka y otros muchos de los siglos XVIII, XIX y XX.

Después fuimos directos al centro (conviene sacarse una tarjeta de 24 horas de transporte público, por 8 euros), a la imponentemente gótica Catedral de San Esteban, a la que se accede gratis pero sacamos un ticket de 6 euros para visitar las catacumbas con sus túneles y osarios. Impresiona su historia (narrada por el guía en alemán y en inglés, eso sí). Luego, siguiendo la famosa avenida Ringstrasse se disfruta de un paseo contemplando obras arquitectónicas muy significativas de la segunda parte del siglo XIX, tales como la Ópera, el Parlamento, el Ayuntamiento, el Wiener Musikverein (donde se celebran los conciertos de Año Nuevo), la Universidad, la neogótica Iglesia Votiva, el impresionante Palacio Imperial de Hofburg, residencia de los Habsburgo durante más de 600 años y que incluye, entre otros edificios, la Biblioteca Nacional de Austria, así como los Museos de Historia Natural, de Historia del Arte y Albertina. Este último es una de las más grandes pinacotecas del mundo y mereció con creces la pena pagar los 18,90 euros de la entrada. Su repertorio de dibujos incluye un núcleo sin parangón de Durero, con unas 120 piezas, así como ejemplos de Pisanello, Lorenzo Ghiberti, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, El Bosco, Pieter Brueghel el Viejo, Cranach, Federico Barocci, Rubens, Van Dyck, Rembrandt, José de Ribera, Boucher, Fragonard, hasta el impresionismo y movimientos de finales del XIX y buena parte del XX (Renoir, Signac, Cézanne, Klimt, Egon Schiele). El fondo de grabados es colosal, uno de los más extensos del mundo; arranca en el siglo XV e incluye ejemplos abundantes de Durero, Martin Schongauer, Lucas van Leyden, Marcantonio Raimondi, Francisco de Goya, hasta Pablo Picasso, pop art y autores vivos. Además, desde 2007, el Albertina alberga en préstamo unas 500 obras de los siglos XIX y XX, del Impresionismo hasta Alex Katz: la Colección Batliner. Arranca con Claude Monet, Edgar Degas y Paul Cézanne, prosigue con los fovistas Henri Matisse y André Derain, y continúa con Kandinsky, los expresionistas alemanes, la vanguardia rusa y el surrealismo (Max Ernst, René Magritte, Joan Miró). Mención aparte merece Pablo Picasso, con una decena de pinturas y abundantes dibujos y cerámicas en ejemplares únicos; cuarenta piezas en total del genio malagueño.

Aunque en Viena no hay ni mucho menos el ambiente callejero de Praga (bueno, sí en las calles de tiendas comerciales, todas carísimas), sí se disfruta de los paseos urbanos y de los restaurantes con comidas típicas austríacas como la Wiener Schnitzel (filete empanado de ternera), las salchichas variadas, el Tafelspitz (carne de ternera en caldo) o el goulash, complementado con buena cerveza, por supuesto. También de los famosos cafés, el más conocido de los cuales es el Café Central, aunque había colas permanentes y pasamos de estar esperando bajo el frío helador. Otros nos sirvieron igualmente. Y, en cuanto a escena nocturna, estuvo bien conocer el Needle Vinyl Bar, con muy agradable ambiente musical y de público, así como el Bockshorn Irish Pub, una pequeña pero estupenda taberna en un secreto callejón del centro. Y, para terminar, permitidme un pequeño capricho cinéfilo como era pasear por el Prater (el conocido y amplio parque junto al Danubio) y contemplar la noria de su parque público de atracciones, protagonista de una de las escenas míticas de ese clásico del cine que es "El tercer hombre" (Carol Reed, 1949), película desarrollada en la parcialmente destruida Viena tras la 2ª Guerra Mundial.