martes, 16 de agosto de 2022

VIAJES / Noruega, el paraíso

Hay pocos países que puedan calificarse globalmente como una especie de paraíso en la Tierra, un lugar donde, en términos generales, el nivel de vida sea de calidad superior. Y uno de ellos es Noruega. Según el índice de progreso social de Social Progress Imperative, que hace un promedio de las puntuaciones de necesidades humanas básicas, bienestar y oportunidades, es el número uno del mundo. Y es que, siendo el tercero más rico del planeta en PIB per cápita (gracias especialmente al petróleo, que supone una cuarta parte de su riqueza), su modelo de Estado de Bienestar y su ideal igualitario marcan la diferencia. En Noruega TODOS viven estupendamente y eso se nota en los servicios públicos (un amplio papel del Estado en la vida económica y social) y en los salarios. Cierto que los precios son también altos pero, y lo digo porque puedo comparar con respecto a mi visita de 1995 (cuando aquí todavía teníamos pesetas), ya no lo son tanto en relación con la Zona Euro y, concretamente, con España. Pero, además del alto nivel de bienestar, Noruega se enclava en espacios naturales que son una maravilla, con bosques, montañas, glaciares, valles, fiordos, lagos y cascadas, que, para mí, le convierten en el país más bello, junto con Suiza, al menos en Europa.

El viaje ha sido organizado, pues creo que, para un primer acercamiento profundo, es la mejor manera de moverse por la mayor cantidad de sitios posible con comodidad, combinando despreocupadamente bus, tren y ferris. Hay que tener en cuenta que hay bastantes peajes en las carreteras y algunas de ellas son de conducción bien atenta, dada la abrupta orografía del país. Se trata del viaje Noruega: Ruta Atlántica, Trolls y Fiordos, con ocho días y siete noches de duración, hoteles incluidos, así como desayunos y tres cenas. El primer día fue la llegada a Oslo, la capital, una ciudad bien ordenada y agradable de pasear, hecha más para las bicis y los pies que para el coche, y con un plan avanzado (aunque aún en desarrollo) para mejorar la zona portuaria, convirtiéndola en un espacio para el ocio, la cultura y el disfrute. Efectivamente, aquí podemos encontrar miniplayas y áreas de solárium (que la gente abarrota en cuanto sale un rayo de sol), múltiples cabinas de sauna (que en verano se utilizan para combinar el calor del vapor con un chapuzón en las frías aguas del Mar del Norte), amén de tiendas y restaurantes que convierten la zona en muy frecuentada con el buen tiempo. También se han construido la Ópera de Oslo y, más recientemente, el Museo Munch, dedicado al autor de "El grito", y una biblioteca pública hecha de forma tan agradable que los oslenses la han convertido en un sitio más para pasar el día rodeado de libros, consultando información, tomando una bebida en la terraza o comiendo en su restaurante, mientras las familias pueden dejar a los más pequeños en las áreas infantiles habilitadas. También cerca se encuentra el Ayuntamiento, cuyo principal atractivo es visitar la gran sala donde todos los años se entrega el Premio Nobel de la Paz.

Por lo demás, si bien es cierto que la ciudad carece de monumentos y edificios especialmente impactantes, sí contiene algunos rincones realmente bonitos. Sobre todo, el paseo desde la estación de tren hasta el Palacio Real, que incluye la luterana Catedral del Salvador y calles peatonales llenas de vida y comercios, pasando por los parques Studenterlunden (Parque de los Estudiantes) y Slottsparken (Parque del Castillo). Más a las afueras encontramos el Ekebergparken (Parque Ekenberg), un parque de esculturas y con vista panorámica de la ciudad, así como el famoso Parque de Vigeland, situado dentro del más amplio Frognerparken y creado por el escultor noruego Gustav Vigeland entre 1907 y 1942, como exposición al aire libre de sus esculturas, de una muy interesante temática familiar y existencial. También es destacable la fortaleza de Akershus, fundada en la Edad Media como un castillo real que emerge junto al fiordo.

En el camino Oslo-Geilo comenzamos el descubrimiento de la bella naturaleza noruega por el valle de Hallingdal y el lago Tyrifjorden (donde está la isla de Utoya, de triste recuerdo). El pueblo de Geilo es conocido como estación de esquí, aunque también ofrece actividades veraniegas. Su bonita ubicación ya nos anuncia lo que está por venir. Siguiendo nuestra travesía del país, de este a oeste, el tramo Geilo-Bergen nos lleva por el fiordo de Hardanger. Muchas son las cascadas que se empiezan a ver (y que veremos, un sinnúmero, muchas preciosas); en este caso, nos detenemos en la cascada de Voringfoss, que se puede admirar también desde detrás y debajo del chorro enorme de agua. Dada la cantidad de fiordos que atraviesan las tierras noruegas, no siempre es factible únicamente la carretera y a veces hay que combinarla con el cruce del autobús en ferri, cosa que hicimos por primera vez este día, en un agradable paseo de apenas 20 minutos. La llegada a Bergen nos descubre una ciudad portuaria que ha sabido mantener todo su encanto, sobre todo en la zona alrededor del puerto. Sus conocidas casas de colores hechas de maderas del barrio de Bryggen son una muestra del pasado de la población en la Liga Hanseática de comerciantes alemanes. También es famoso su mercado del pescado, hoy orientado muy claramente al turisteo y lleno de trabajadores inmigrantes (fácil será que os encontréis en este viaje con españoles ejerciendo en comercios y restaurantes). En Bergen, aparte de la visita guiada, que nos puso al tanto de la historia local, realizamos la muy recomendable subida al funicular que te sube al monte Floyen, a 320 metros sobre la ciudad, con magníficas vistas de las siete colinas que la rodean. Luego, si se quiere, se puede bajar paseando en una bonita caminata de tres cuartos de hora. Además de ser una de las más bellas ciudades de Noruega, Bergen se ha posicionado en los últimos años como destino de los turistas que acceden a los fiordos más famosos del país. Estos son los protagonistas desde ahora.

En el trayecto Bergen-Voss-Fiordo de los Sueños-Forde llegamos hasta el hermoso valle de Voss y tomamos el archifamoso tren de Flam, que, desde Myrdal a Flam, avanza entre paisajes espectaculares en su lenta ascensión, también dentro de algunos túneles, y con parada intermedia incluida en una gran cascada para hacer un pequeño paripé turístico (baile de una valkiria). Una pasada el trayecto, en cualquier caso. Aunque llegamos a Flam, pueblo maravillosamente situado a los pies del Fiordo de los Sueños y rodeado de grandes montañas, el crucero que haremos empezará en Gudvangen (pueblo de similar ubicación bella). El paseo en barco dura dos horas para volver a Flam y tuvimos suerte porque hizo buen tiempo (un riesgo siempre en Noruega, aunque sea verano), así no pasamos mucho frío yendo en la proa casi todo el rato para no dejar de admirar los paisajes que nos rodean: montañas, cascadas... Y, antes de Forde, tuvimos ocasión de estar al pie del glaciar Boyabreen.

Al día siguiente nos espera un crucero aún mejor, el del Fiordo de Geiranger. Es la ruta Forde-Geirangerfjord-Carretera del Águila-Ruta de los Trolls-Molde. Llegamos a Geiranger para embarcarnos en un viaje en barco más corto, de una hora, pero más intenso, más bonito aún. En el Geirangerfjord la naturaleza se revela en todo su poder: paredes montañosas que caen abruptamente en el brazo del fiordo, numerosas cascadas (las más famosas son el Velo de la Novia y las Siete Hermanas), picos nevados, granjas aferradas a las laderas de las montañas... Impresionante. Desde Geiranger retomamos el viaje en bus subiendo por la serpenteante Carretera del Águila hasta el mirador de Ornesvingen. Y luego la aún mas espectacular Ruta de los Trolls de curvas bien cerradas hasta alcanzar un mirador de auténtico vértigo. En Molde nos "arriesgamos" a una cena por nuestra cuenta en un restaurante de la cadena Egon, caracterizada por sus precios un poco más "ajustados". Bueno, 225 coronas (menos de 23 €) por un plato de arroz con pollo estilo asiático y 135 coronas (menos de 14 €) por una pinta de cerveza no estuvo nada mal visto lo visto...

El tramo Molde-Ruta del Atlántico-Otta/Oppdal se fastidió un poco por la lluvia y las nubes. A ver, es algo que suele ocurrir, sobre todo en la costa oeste noruega, bastante suerte tuvimos el resto de días... Y eso que en estas fechas hay aviso de ola de calor en el sureste de Noruega, con temperaturas de cerca de 30 grados, cuando en el oeste alcanzamos entre 13-15 de máxima. El caso es que poco pudimos ver de típicos pueblos costeros y demasiado tiempo en Kristiansund, que tampoco tiene mucho. Aunque conseguimos ir por la conocida Carretera del Atlántico, que se eleva de islote en islote frente al oceáno. En el último día del circuito, Oppdal-Lillehammer-Oslo, fuimos regresando por el interior de noroeste a sureste. Vimos la iglesia medieval de madera de Ringebu, una de las 28 que quedan de este tipo. Y pasamos por Lillehammer, localidad famosa porque acogió las Olimpiadas de Invierno de 1994. El centro (pequeño) es muy bonito y paseable. E impresionan sus dos rampas de saltos de esquí, que para el verano disponen de hierba artificial. Había gente entrenando y pudimos contemplar unos cuantos saltos de aúpa. A nuestro regreso a Oslo nos encontramos un tiempazo de 28 grados y pudimos terminar de recorrer la ciudad visitando el barrio hipster de Grünerlokka, lleno de terracitas, restaurantes y tiendas guays, y con unos estupendos parques llenos de gente tomando el sol, además del río Akerselva, que a su paso forma, cómo no, una preciosa cascada.