Hace ahora once años y medio desde que, en diciembre de 2006, decidí dedicar un pequeño terreno erial de mi familia, en Quintanar de la Orden (Toledo), a dar un poco de frondosidad a La Mancha llenándolo de árboles. Primero la intención fue dedicarlo completamente a pinos (plantados con dos años), pero cuando vimos que algunos no agarraban (aun intentándolo varias veces) los combinamos con almendros dulces (plantados desde semillas), que crecen de forma natural en el entorno. El resultado ahora es que tengo un terreno que da gusto visitar, y más con esta primavera lluviosa que hemos tenido, con unos 300 pinos bien crecidos (algunos ya enormes) y una cincuentena de almendros aún jóvenes pero con muchas ganas de crecer. Hay que ver lo mucho que hace un poco de naturaleza: recarga el espíritu y da vida en general
Arriba podéis ver cómo está el pinar actualmente, a principios de junio. Y al lado, cómo estaba apenas un año y medio después de la primera plantación. La diferencia es abismal. El camino no hay sido fácil, no sólo por lo trabajoso de la plantación de tantos árboles (y sus correspondientes nuevas intentonas cuando algunos fallaban), sino estar atentos a varios peligros. Por un lado, la plaga de conejos que hay en estos años en La Mancha y que devoran los tiernos tallos a no ser que los protejas con cartuchos de plástico. Por otro, la también plaga de procesionarias, lepidópteros que ponen sus huevos en las ramas para que al final del invierno y principios de la primavera salgan las orugas, que se comen las hojas y descienden por el arbol en fila (de ahí su nombre) hasta enterrarse en el suelo. Antes de que ocurra eso hay que eliminar los nidos y quemarlos. Pero, ojo, porque las orugas son altamente urticantes y hay que protegerse muy bien las manos, brazos, ojos y cara para proceder al arranque y destrucción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario