Adentrándose en la autobiografía de Woody Allen, uno de los mejores cineastas contemporáneos, nos damos cuenta de varios hechos impactantes. Por un lado, que sus películas, aunque son fruto de una desbordante imaginación, están más ancladas en su vida real de lo que se podría pensar. Y, por otro, que, aunque puedan estar basadas en un intelecto enorme pleno de referencias y citas, en realidad el director reconoce humildemente sus limitaciones culturales. Además, el libro permite conocer mejor a la persona detrás del arquetipo que se ha construido en sus películas y puede constatar las diferencias: el joven Woody Allen real era atlético, deportista, odiaba el colegio, trataba de estafar mediante juegos de cartas y su ilusión era convertirse en mago. Afortunadamente para el Séptimo Arte, también era un apasionado del cine (eso sí, casi siempre de pelis de gangsters, acción y comedia, nada de obras de arte y ensayo, eso llegaría después) y desarrolló una faceta de humorista que fue la que le llevó a la fama y, posteriormente, a escribir y dirigir filmes. En este sentido, tuvo el empeño (y la suerte) de lograr imponer siempre su criterio artístico por encima de imposiciones comerciales o de los productores.
La primera parte del libro es una gozada pues está escrita con una letra chispeante, irónica, ácida y siempre humorística. Describe aquí todos sus inicios, en la vida, con su familia, amigos, novias, trabajos... Sobre todo detalla su faceta de humorista, escribiendo guiones para otros, incluidas importantes estrellas de la televisión, haciendo club de la comedia, etc. Su lectura es ágil y tremendamente entretenida, y Woody Allen siempre trata con gran respeto a todas las personas que han tenido ascendencia en su vida, tanto en el arte como en lo personal. En lo primero se echa en falta un glosario para ordenar la enorme cantidad de nombres que se citan. En lo segundo, declara su amor incondicional por su primera mujer, Louise Lasser, con la que tuvo una relación digamos que complicada. También relata sus fallidos intentos iniciales con el sexo opuesto y luego su colección nada desdeñable de relaciones. Hasta culminar con su profundo amor por Soon-Yi (hija adoptiva de Mia Farrow y su anterior pareja, André Previn) y su gran vocación de vida hogareña.
Sin embargo, su autobiografía también contiene en su segunda parte detalladas referencias a los peores momentos de su vida: cuando Mia Farrow le acusó de abusar de su propia hija adoptiva Dylan. Es ahí cuando la lectura se vuelve más farragosa, porque Woody Allen trata de dar todos los detalles posibles que justifiquen su inocencia. Inocencia, por otro lado, ratificada por los tribunales en su momento. El perfil que resulta de Mia Farrow roza la psicopatía (incluyendo los malos tratos físicos y psíquicos a Soon-Yi). En cualquier caso, a mí es el pasaje que menos me interesa. En cambio, sí echo en falta que hubiera dedicado más profusión a la descripción de sus películas, su preparación y desarrollo. En cualquier caso, una lectura imprescindible para los cinéfilos que aporta nueva luz sobre un genio de la comedia y uno de los grandes directores de la historia del cine.
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