domingo, 17 de agosto de 2014

VIAJES / Río de Janeiro, entre el cielo y el mar (1)

Hay ciudades especialmente bendecidas por su ubicación y una de ellas es la brasileña Río de Janeiro (unos 6,5 millones de habitantes), situada en una enorme bahía salpicada de islotes que es un espectáculo para la vista, en una suerte de sucesión geográfica que lleva de unas amplias playas de fina arena a montes de hasta 700 metros de altura (el Corcovado) rebosantes de frondosa vegetación tropical atlántica, sin apenas solución de continuidad. Su clima privilegiado le permite ofrecer temperaturas cálidas en verano y suaves en invierno. El mes de agosto (invierno en el Hemisferio Sur), por ejemplo, es el menos lluvioso y el que registra una media de entre 26 grados de máxima por el día y 19 grados de mínima por las noches. Una delicia. Más allá de sus aspectos geográficos y climáticos, Río es una ciudad mítica que nos remite a aquellas gloriosas décadas de los 30, 40, 50 y 60, en los que se convirtió, primero, en el destino turístico mundial del lujo y el exotismo por excelencia en su playa de Copacabana y, después, en un referente cultural gracias a movimientos artísticos como la bossa nova en lo musical (¿quién no conoce la "Garota de Ipanema", de Tom Jobim y Vinicius de Moraes?).

También existe el problema de la inseguridad, derivado de la alta masificación y las grandes desigualdades que se pueden apreciar entre los barrios ricos, como Leblon e Ipanema, y las múltiples favelas (Rocinha es una de las mayores, con más de 56.000 habitantes y un índice de desarrollo humano equiparable a Palestina) que se concentran sobre todo en los montes que se esparcen dentro de los límites del municipio. Queda mucho trabajo por hacer para normalizar la situación, pero el visitante puede sentirse seguro (con las elementales precauciones de ir con el dinero justo, no lucir ostentosamente, ni ejercer de guiri) en todo el sur de la ciudad (los conocidos distritos de la costa atlántica carioca, como Leblon, Ipanema, Arpoador y Copacabana, además de Glória, Catete, Flamengo, Botafogo, Urca, Cosme Velho, Laranjeiras, Humaitá, Lagoa, Jardim Botânico y Gávea) y la mayor parte del centro, desde la zona alrededor de Cinelândia (llena de preciosos edificios construidos en la Belle Époque de Río, como el Teatro Municipal, la Biblioteca Nacional o el Museo Nacional de Bellas Artes) al distrito financiero, el área comercial de Uruguaiana, la zona bohemia de Santa Teresa y el barrio de ocio nocturno de Lapa (más peligroso fuera de las concurridas noches de los fines de semana). En la playa también se recomienda llevar lo justo y no descuidar las pertenecias, y en el hotel nos aconsejaron nada más llegar que guardásemos lo más valioso (el pasaporte, por ejemplo) en una caja fuerte central (una especie de habitación de alta seguridad con verja y cajas como si de un banco suizo se tratara), aunque desde luego, yo no no he sentido sensación alguna de inseguridad en ningún momento en este viaje. Por supuesto, llevar encina el dinero justo, sacar de cajeros (hay muchísimos) y pagar siempre que se pueda con tarjeta (y se puede en casi todos los sitios, incluso los más inesperados como mercadillos callejeros o casetas de helados, refrescos y agua de coco -bebida muy aconsejable, por cierto-) son unas recomendaciones básicas.

Moverse en el muy seguro y eficiente metro de la ciudad es la mejor opción para abarcar una urbe de gran tamaño como Río de Janeiro. Son 3,50 reales (1,20 euros) el viaje sencillo y, aunque no hay abono por varios trayectos o días completos, es una manera rápida y barata de verlo todo. A medida que se va conociendo más el lugar se van descubriendo los recorridos de los autobuses (3 reales o 1 euro por viaje), que son una forma de complementar el acceso a diversas zonas fuera de la red de metro, como las subidas al Corcovado y al Pan de Azúcar, o la visita a los alrededores de la Laguna (Lagoa Rodrigo de Freitas), incluyendo el Jardín Botánico, el parque de Lage y los barrios de Ipanema y Leblon. También los taxis (de color amarillo) son económicos y muy numerosos. Disfrutar de las magníficas playas, de la noche carioca, de la gastronomía local (abundante en carnes y con platos típicos como la feijoada -básicamente arroz blanco, alubias negras y carnes varias-, además de la cachaza como bebida nacional), de la cultura y del ambiente jovial (con el baile y el fútbol siempre presentes) son algunos de los muchos alicientes, junto a unos precios de media algo inferiores a los de España,  para visitar Río de Janeiro. En próximos capítulos os detallaré el Top Ten de los lugares que de ninguna de las maneras os podéis perder en esta maravillosa ciudad.

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