jueves, 29 de agosto de 2024

VIAJES / Portugal: tan cerca, tan lejos

Son nuestros vecinos y a veces parece que no les hacemos aprecio, pero Portugal es un precioso país lleno de una gran riqueza de paisajes, gentes, ciudades y pueblos. Entramos por Extremadura (no sin antes visitar las maravillosas ciudades de Trujillo, Mérida y Badajoz) y enseguida nuestro primer alto en el camino es Elvas, preciosa ciudad amurallada Patrimonio de la Humanidad, en la que es un placer pasear por sus callejuelas hasta el castillo. En los alrededores hay varios fuertes muy bien conservados, como el Fuerte de Santa Luzía y el Fuerte de Nuestra Señora de Gracia. Unos kilómetros más adelante nos encontramos con Évora, otra ciudad Patrimonio de la Humanidad de mayor tamaño y no menor belleza, donde destacan la catedral románico-gótica, la Capilla de los Huesos (que te hace pensar en la fugacidad de la vida), el Palacio de Don Manuel (y su amplio y frondoso jardín), la Plaza del Giraldo y sus calles adyacentes llenas de tiendas y restaurantes donde degustar, cómo, el bacalao en sus variadas modalidades, los caracoles, así como otros manjares.

A solo 130 kilómetros queda Lisboa, donde llegamos y enseguida sentimos el olor a mar y la brisa fresca atlántica que es un alivio en el verano. Se acabó el calor fuerte. Dado que vamos en coche decidimos dejarlo en un parking a razón de 15 euros al día. Barato, teniendo en cuenta que era relativamente céntrico, próximo al metro São Sebastião, que usamos para movernos por la ciudad. Y de Lisboa, qué decir, está lleva de atractivos y es pequeña como para recorrerla fácil, a pie por la parte baja y en tranvía o bus por las altas, claro. Para abajo, la Plaza Rossio, la Plaza del Comercio, las calles que las conectan y alrededores y la ribera del Tajo son los puntos más destacados. Subir al barrio de Alfama hacia el Castillo de San Jorge también es obligado. Lo habitual es tomar el tranvía 28 desde la Plaza Martim Moniz, por lo que se forman tremendas colas. Aviso: desde la misma plaza, y justo al lado, también se puede tomar el tranvía 12, que hace un recorrido similar. Además, ya hay suficientes escaleras mecánicas para poder ir subiendo sin demasiada fatiga. En el otro lado de la parte baja está el típico barrio de Chiado, de carácter bohemio, con comercios tradicionales por el día y buen ambiente por la noche. En las afueras está el majestuoso Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belén, citas ineludibles a las que se accede con bus o tranvía.

Salimos hacia Sintra y su espectacular Palacio da Pena. Ojo, a pesar de los atascos que se forman, en el pueblo se puede aparcar gratis en parkings así establecidos. Es algo que veremos en muchas partes en nuestro viaje por Portugal y que es de agradecer. Desde la Oficina de Turismo sale el bus que te lleva al palacio, donde existen dos tipos de entrada, que incluye los jardines exteriores y el interior, y solo el exterior. Nosotros cogimos esta última para disfrutar del espléndido entorno natural (con muchas cuestas) y de las vistas por fuera del monumental edificio exponente del romanticismo con estilos como el neogótico, neomanuelino, neoislámico o neorrenacentista. Al sur alcanzamos Cascais, bonita y turística ciudad en la desembocadura del Tajo. Sus playitas estaban bien abarrotadas. Pero poco nos duró el buen tiempo porque fue dirigirnos un poco hacia el norte y ya entraron las nubes e incluso el frío del Atlántico. El destino inicial era el encantador pueblo marítimo de Azenhas do Mar pero, ya digo, ya no hubo manera de disfrutar de la playa, aunque las vistas del pueblo, sobre un acantilado bien merecieron la pena. Más hacia arriba, está Peniche, que se adentra en el Atlántico con sus posiciones amuralladas. A la entrada están las playas de arena, aunque más llenas de surfistas (todo este litoral es su paraíso) que de bañistas, mientras que al final del pueblo están los fantásticos acantilados que rodean la pequeña península. Un poco hacia el interior se encuentra Óbidos, encantadora villa medieval gracias a la perfecta conservación de su muralla, sus calles empedradas y sus casas de color blanco, azul y amarillo. Retomando la costa llegamos a Aveiro, exageradamente llamada la Venecia de Portugal pero, sí, tiene unos cuantos canales. Y su pequeño centro histórico es precioso. Pero teníamos ganas de playa y nos fuimos a la Playa da Barra, de arena finísima y enorme, aunque aun así con mucha afluencia de gente. El agua estaba fría, ya sabéis, el Atlántico, pero te acabas acostumbrando y acabamos pasando una tarde estupenda.

En Oporto tomamos la decisión de alojarnos a las afueras, en el centro comercial Centro Shopping, para aparcar el coche gratis, pero situados junto al metro Sete Bicas, que te deja en el centro de la ciudad en apenas siete paradas. La ciudad tiene su corazón en la plaza que forma la avenida de los Aliados a la altura del majestuoso Ayuntamiento. Bajando podemos contemplar también el Palacio de la Bolsa, la Catedral, la Iglesia y Torre de los Clérigos o el Palacio Episcopal, todos en el centro histórico que es Patrimonio de la Humanidad. Pero antes admiramos la Capilla de las Almas, cuya fachada es toda ella de preciosos azulejos pintados, y nos tomamos unos sabrosos higos regados con excelente vino de Oporto en el Mercado de Bolhão. Después descendemos por el barrio de Ribeira hasta las mismas orillas del Duero, animadas con muchas terrazas y restaurantes, y a los pies del impresionante Puente Luis I, que se puede atravesar por abajo y también por arriba (junto al metro que pasa por superficie), adonde subimos mediante el Funicular dos Guindais. En la orilla de enfrente, que ya es el municipio de Vila Nova de Gaia, opera un teleférico sobre el río. Una ciudad preciosa, la verdad.

Ya de vuelta, decidimos realizar un trecho por la Ruta de los Vinos del Duero. A todo esto, decir que en Portugal hay bastantes autovías de pago, que hemos utilizado puntualmente cuando, por razones de tiempo, hemos necesitado avanzar, pero en general hemos circulado por las carreteras secundarias gratuitas para disfrutar mejor de pueblos y paisajes. Pues bien, la citada ruta atraviesa las tierras vinícolas, de hermosos valles y empinadas laderas de viñedos que caen hacia el Duero, circulando sobre todo por la N-222, desde Peso da Régua hasta Pinhão, y luego hasta Tua. Disfrutamos aquí de los paisajes y (moderadamente) del vino. Después nos dirigimos a Miranda do Douro, en la frontera ya con España a la altura de la provincia de Zamora, para hacer la ruta de los miradores del Duero en el Parque Natural de los Arribes del Duero. En la parte portuguesa destacan los miradores de la propia Miranda do Douro, de Picote y de Cruzinha. Mientras, en el lado español sobresalen los de Saucelle (Salamanca), el Mirador del Colagón del Tío Paco / de La Code y el Mirador del Fraile, con su impresionante plataforma sobre el río. Y ya con esto, de nuevo en España, decimos adiós a la bella Portugal.

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