sábado, 31 de agosto de 2024

VIAJES / Nápoles, tierra de vida, cultura y contrastes

Podía imaginar al llegar a Nápoles que me encontraría una ciudad de gente muy vitalista (con la que histórica, cultural y socialmente tenemos tantas cosas en común...) o cuyo bullicio urbano tiende al caos (la suciedad de las calles, los edificios poco arreglados, las discusiones en la calle, el tráfico poco domesticado...) o cuya comida es gloria bendita (esas pizzas y esas pastas son parte del Cielo en la Tierra). Pero lo que no me podía esperar es que también alberga una cantidad increíble de arte: iglesias, palacios, edificios, esculturas, pinturas... además, en buena medida herencia española (desde 1442 integrada en el Reino de Aragón) y borbónica (su Carlos VII fue luego nuestro Carlos III).

Es impresionante hacer el ejercicio (y fue lo primero que hicimos) de pasear por su casco histórico y contemplar el contraste entre esos edificios residenciales avejentados, la rebosante vida de sus habitantes en las calles y la multitud, y digo claramente multitud, de iglesias (sobre todo herencia del exquisito barroco) que pueblan el centro, entre el decumano inferior (Spaccanapoli), el decumano mayor (via dei Tribunali) y el decumano superior (¡¡¡tres vías que datan del siglo VI antes de Cristo!!!). Se suele hablar de que Nápoles es el lugar que concentra más templos por habitante con sus casi 500 iglesias y 1 millón de población, frente a la mismísima Roma que, con 900 iglesias, tiene casi tres veces más habitantes: 2,9 millones. Y es tal su número y belleza (esa perfección máxima del barroco) que uno no deja de emocionarse a cada paso: hay tanto que mencionar, pero destaquemos tan solo el Duomo, la Basílica de San Domenico Maggiore, la Basílica de Santa Chiara, la Iglesia del Gesù Nuovo, entre tantas y tantas joyas. Y pongamos por encima de todas ellas a la Capilla Sansevero, que aúna una pequeña "Capilla Sixtina" con esculturas sublimes como el Cristo Velado, de Giuseppe Sanmartino (desgraciadamente están prohibidas las fotos). ¡Realmente espectacular! En este caso merece mucho la pena pagar la entrada. El resto son de acceso libre en su mayoría.

Cuando estéis henchidos de tanta belleza podéis tomar el metro (apenas hay un par de líneas pero os llevan a las partes principales de la ciudad) y llegar a la vía Toledo, la calle más comercial (y en buena parte peatonal), e ir bajando hasta acceder a la derecha al Quartieri Spagnoli, un barrio del Nápoles más tradicional y humilde (con los cubos izados con cuerdas para subir las cosas a los pisos superiores) y donde la adoración a Maradona, que ya percibe en general por todas partes, aquí se se hace plena en la plazoleta donde está su mural y múltiples grafitis, además de tiendas de recuerdos. Si retomáis vía Toledo y seguís descendiendo hacia el puerto dais con la enorme Plaza del Plebiscito y el complejo comercial acristalado Galería Umberto I, que nada tiene que envidiar a la famosa Galería Vittorio Emanuele II de Milán. También cerca se encuentra el Teatro di San Carlo (mandado construir por nuestro Carlos III), que merece una vista guiada (en español). Asimismo, podéís entrar al Palacio Reral, al Castelo Nuovo y el Castel dell'Ovo. Aquí ya podéis recorrer tranquilamente la zona del puerto y la comercial de Chiaia. Para contemplar el atardecer es muy recomendable subir al Castel Sant Elmo, a cuya colina se puede acceder cómodamente en el Funicolare Centrale (uno de los cuatro funiculares que funcionan en Nápoles). Este se puede coger de vuelta en la vía Toledo, en la parada Augusteo, hasta el final. Para culminar la subida hay que pasear un poco, pero valen la pena las vistas, desde luego. Allí arriba os encontraréis una ciudad totalmente distinta: limpia, ordenada y tranquila (pero también con mucha menos vida, ja,ja), con edificios muy burgueses.

Sobre la comida, qué decir, es el paraíso de la pasta de productos de la tierra y el mar, con esa variedad de especias que te vuelven loco, así como de la pizza de masa fina (e incluso frita) deliciosa en todas sus variedades. Los sitios pueden ser mil. Los de calidad y renombre asegurados son Diego Vitagliano y La Notizia. Los que nos sorprendieron positivamente Attanasio, Trattoria da Carmela o Errico Porzio. Los famosos que siempre están petados de gente son Da Michele y Sorbillo. A elegir...

Si levantas la vista en Nápoles veréis omnipresente a lo lejos el mítico volcán Vesubio (tiene dos conos, el pequeño, que es el que explotó cuando Pompeya, y el grande que es el que se formó nuevo y sigue activo). Por tanto, es obligada la visita a los parques arqueológicos de Pompeya y Herculano. Ambos son de fácil acceso por tren a través de la llamada Línea Circumvesuviana a un precio muy económico. Lo ideal sería visitar primero Pompeya (aunque está más lejos) a una hora temprana, dado que es mucho más grande y lleva más tiempo de ver (y con los calores de verano es mejor ir pronto). También es altamente recomendable contratar un guía especialista en español que explique y contextualice mejor todo lo que allí ocurrió en el año 79 de nuestra era. Es muy impactante. Y eso que aún queda un tercio de los restos por excavar. Pero es una visita totalmente necesaria si te interesa mínimamente la historia: las casas, comercios, templos y moldes de yeso de las personas (quedaron enterrados en ceniza ardiente), su forma de vida, costumbre y, finalmente, la tragedia... A la vuelta podéis hacer parada en Herculano que, siendo mucho más pequeña, está bastante mejor conservada, por lo que en muchos edificios te puedes hacer una idea más exacta de cómo eran en la época. En este caso, de los fallecidos al menos han quedado los huesos al no caerles ceniza y el flujo piroclástico solamente consumió la carne...

Y, para volver al disfrute, qué mejor manera que terminar con una visita a la maravillosa Costa Amalfitana. Se trata de un tramo de costa de orografía montañosa lleno de pueblitos preciosos que se descuelgan al mar por las laderas. Se extiende entre Salerno y Sorrento, enfrente de la cual está la isla de Capri. Nosotros decidimos recorrerla en un solo día, madrugando mucho, eso sí, pero lo ideal es decirle dos o incluso tres días, tranquilamente. Apostamos por ir en tren a Salerno, vimos su casco histórico, que es pequeño y se ve fácil, y tomamos un ferry a Amalfi. Así, se puede disfrutar de la vista de la costa desde el mar, que merece la pena. Amalfi (como muchos pueblos de la zona) es precioso, no debe dejar de visitarse la Catedral de San Andrés ni tampoco dejar de bañarse en sus playitas. En la estación de autobuses (si se puede llamar así, porque son unos buses aparcados cerca del puerto) sacamos un billete por un día que nos permitía circular por la carretera de la costa de un pueblo a otro, parando todas las veces que quisiéramos. Sin embargo, esta logística que parecía bien planificada, no lo es tanto si tenemos en cuenta que en agosto hay mucho tráfico y los buses vienen unas veces cada media hora y otras cada hora. En cualquier caso, nos sirvió para llegar a la muy recomendable cala del Fiordo de Furore, a la que se desciende por un caminito bajando por el acantilado. Una maravilla. Después continuamos hasta Positano, otra preciosidad de pueblo que desciende hasta el mar. Y, de ahí, a Sorrento, donde no hubo mucho tiempo para más que pasear un poco y cenar. Luego, a las 22:02 salía el último tren de vuelta para Nápoles. Y aquí concluyó un gran viaje.

jueves, 29 de agosto de 2024

VIAJES / Portugal: tan cerca, tan lejos

Son nuestros vecinos y a veces parece que no les hacemos aprecio, pero Portugal es un precioso país lleno de una gran riqueza de paisajes, gentes, ciudades y pueblos. Entramos por Extremadura (no sin antes visitar las maravillosas ciudades de Trujillo, Mérida y Badajoz) y enseguida nuestro primer alto en el camino es Elvas, preciosa ciudad amurallada Patrimonio de la Humanidad, en la que es un placer pasear por sus callejuelas hasta el castillo. En los alrededores hay varios fuertes muy bien conservados, como el Fuerte de Santa Luzía y el Fuerte de Nuestra Señora de Gracia. Unos kilómetros más adelante nos encontramos con Évora, otra ciudad Patrimonio de la Humanidad de mayor tamaño y no menor belleza, donde destacan la catedral románico-gótica, la Capilla de los Huesos (que te hace pensar en la fugacidad de la vida), el Palacio de Don Manuel (y su amplio y frondoso jardín), la Plaza del Giraldo y sus calles adyacentes llenas de tiendas y restaurantes donde degustar, cómo, el bacalao en sus variadas modalidades, los caracoles, así como otros manjares.

A solo 130 kilómetros queda Lisboa, donde llegamos y enseguida sentimos el olor a mar y la brisa fresca atlántica que es un alivio en el verano. Se acabó el calor fuerte. Dado que vamos en coche decidimos dejarlo en un parking a razón de 15 euros al día. Barato, teniendo en cuenta que era relativamente céntrico, próximo al metro São Sebastião, que usamos para movernos por la ciudad. Y de Lisboa, qué decir, está lleva de atractivos y es pequeña como para recorrerla fácil, a pie por la parte baja y en tranvía o bus por las altas, claro. Para abajo, la Plaza Rossio, la Plaza del Comercio, las calles que las conectan y alrededores y la ribera del Tajo son los puntos más destacados. Subir al barrio de Alfama hacia el Castillo de San Jorge también es obligado. Lo habitual es tomar el tranvía 28 desde la Plaza Martim Moniz, por lo que se forman tremendas colas. Aviso: desde la misma plaza, y justo al lado, también se puede tomar el tranvía 12, que hace un recorrido similar. Además, ya hay suficientes escaleras mecánicas para poder ir subiendo sin demasiada fatiga. En el otro lado de la parte baja está el típico barrio de Chiado, de carácter bohemio, con comercios tradicionales por el día y buen ambiente por la noche. En las afueras está el majestuoso Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belén, citas ineludibles a las que se accede con bus o tranvía.

Salimos hacia Sintra y su espectacular Palacio da Pena. Ojo, a pesar de los atascos que se forman, en el pueblo se puede aparcar gratis en parkings así establecidos. Es algo que veremos en muchas partes en nuestro viaje por Portugal y que es de agradecer. Desde la Oficina de Turismo sale el bus que te lleva al palacio, donde existen dos tipos de entrada, que incluye los jardines exteriores y el interior, y solo el exterior. Nosotros cogimos esta última para disfrutar del espléndido entorno natural (con muchas cuestas) y de las vistas por fuera del monumental edificio exponente del romanticismo con estilos como el neogótico, neomanuelino, neoislámico o neorrenacentista. Al sur alcanzamos Cascais, bonita y turística ciudad en la desembocadura del Tajo. Sus playitas estaban bien abarrotadas. Pero poco nos duró el buen tiempo porque fue dirigirnos un poco hacia el norte y ya entraron las nubes e incluso el frío del Atlántico. El destino inicial era el encantador pueblo marítimo de Azenhas do Mar pero, ya digo, ya no hubo manera de disfrutar de la playa, aunque las vistas del pueblo, sobre un acantilado bien merecieron la pena. Más hacia arriba, está Peniche, que se adentra en el Atlántico con sus posiciones amuralladas. A la entrada están las playas de arena, aunque más llenas de surfistas (todo este litoral es su paraíso) que de bañistas, mientras que al final del pueblo están los fantásticos acantilados que rodean la pequeña península. Un poco hacia el interior se encuentra Óbidos, encantadora villa medieval gracias a la perfecta conservación de su muralla, sus calles empedradas y sus casas de color blanco, azul y amarillo. Retomando la costa llegamos a Aveiro, exageradamente llamada la Venecia de Portugal pero, sí, tiene unos cuantos canales. Y su pequeño centro histórico es precioso. Pero teníamos ganas de playa y nos fuimos a la Playa da Barra, de arena finísima y enorme, aunque aun así con mucha afluencia de gente. El agua estaba fría, ya sabéis, el Atlántico, pero te acabas acostumbrando y acabamos pasando una tarde estupenda.

En Oporto tomamos la decisión de alojarnos a las afueras, en el centro comercial Centro Shopping, para aparcar el coche gratis, pero situados junto al metro Sete Bicas, que te deja en el centro de la ciudad en apenas siete paradas. La ciudad tiene su corazón en la plaza que forma la avenida de los Aliados a la altura del majestuoso Ayuntamiento. Bajando podemos contemplar también el Palacio de la Bolsa, la Catedral, la Iglesia y Torre de los Clérigos o el Palacio Episcopal, todos en el centro histórico que es Patrimonio de la Humanidad. Pero antes admiramos la Capilla de las Almas, cuya fachada es toda ella de preciosos azulejos pintados, y nos tomamos unos sabrosos higos regados con excelente vino de Oporto en el Mercado de Bolhão. Después descendemos por el barrio de Ribeira hasta las mismas orillas del Duero, animadas con muchas terrazas y restaurantes, y a los pies del impresionante Puente Luis I, que se puede atravesar por abajo y también por arriba (junto al metro que pasa por superficie), adonde subimos mediante el Funicular dos Guindais. En la orilla de enfrente, que ya es el municipio de Vila Nova de Gaia, opera un teleférico sobre el río. Una ciudad preciosa, la verdad.

Ya de vuelta, decidimos realizar un trecho por la Ruta de los Vinos del Duero. A todo esto, decir que en Portugal hay bastantes autovías de pago, que hemos utilizado puntualmente cuando, por razones de tiempo, hemos necesitado avanzar, pero en general hemos circulado por las carreteras secundarias gratuitas para disfrutar mejor de pueblos y paisajes. Pues bien, la citada ruta atraviesa las tierras vinícolas, de hermosos valles y empinadas laderas de viñedos que caen hacia el Duero, circulando sobre todo por la N-222, desde Peso da Régua hasta Pinhão, y luego hasta Tua. Disfrutamos aquí de los paisajes y (moderadamente) del vino. Después nos dirigimos a Miranda do Douro, en la frontera ya con España a la altura de la provincia de Zamora, para hacer la ruta de los miradores del Duero en el Parque Natural de los Arribes del Duero. En la parte portuguesa destacan los miradores de la propia Miranda do Douro, de Picote y de Cruzinha. Mientras, en el lado español sobresalen los de Saucelle (Salamanca), el Mirador del Colagón del Tío Paco / de La Code y el Mirador del Fraile, con su impresionante plataforma sobre el río. Y ya con esto, de nuevo en España, decimos adiós a la bella Portugal.