Viajar a Gibraltar es una experiencia curiosa: una aislada colonia británica oficialmente desde 1713 (Tratado de Utrecht) en la punta sur de España y cuyos habitantes lo mismo te hablan en (un bastante correcto) inglés que te saltan con un español de cerrado acento gaditano (por no hablar de que la mayor parte de sus trabajadores procede de La Línea de la Concepción y sus alrededores. Nada indica que a corto plazo vayamos a recuperar esta pequeña pero estratégica plaza (su peñón domina claramente el Estrecho de Gibraltar), aunque las negociaciones del brexit, por las que el Reino Unido -y, por tanto, Gibraltar- va a abandonar la Unión Europea, podrían deparar alguna solución imaginativa. España, en principio, tiene derecho de veto sobre el tema gibraltareño y el arreglo pasará por un necesario acuerdo Madrid-Londres. Por su parte, en Gibraltar han rechazado años atrás en referéndum tanto la soberanía compartida Reino Unido-España (99%) como la salida del brexit (96%). Aunque en ambos casos su opinión no se tiene en cuenta, claro, al ser un territorio dependiente plenamente de los británicos.
La cuestión es que su peculiar condición produce un interés inusitado en el viajero, sobre todo en los británicos que, ya que están de turismo en la Costa del Sol, no pueden evitar visitar una de sus conquistas. El alojamiento es más recomendable (por barato) tomarlo en La Línea de la Concepción (63.000 habitantes), donde también resulta más económico comer y comprar en general, salvo lo consabido: tabaco y bebidas alcohólicas, que en Gibraltar tienen precios imbatibles al no aplicar el IVA. Situado bien cerca de la frontera, es fácil acercarse andando, y más fluido que entrar en coche. Así, con solo enseñar el DNI ya estás dentro. Lo primero que te encuentras es el aeropuerto. Literalmente, puesto que la pista se cruza en nuestro camino y hay que pasear por enmedio, salvo que vaya a despegar un avión (fue mi caso) y entonces hay que esperar a que pase. Un tanto surrealista. Caminando un poco más ya está en lo que es el pueblo de Gibraltar, con 34.000 habitantes que se hacinan a los pies del peñón. Por mucho que ganen al mar, sus limitaciones son evidentes. Aunque actualmente se ven muchas construcciones de edificios. La plaza Grand Casemates Square y la calle Main Street, y sus alrededores inmediatos, son básicamente las arterias comerciales de la colonia, donde se acumulan todas las tiendas. Por cierto, sobre los pagos, es preferible hacerlos en libras (tanto libras gibraltareñas como sus equivalentes británicas) y en casi todas partes aceptan tarjetas. Pero, si se quiere, se puede sacar dinero local en cajeros o cambiar euros en las múltiples casas de cambio.También mola el jardín botánico The Alameda, pasada la Main Street (tampoco es tan larga). Cerca nos encontramos con el teleférico que nos llevará hasta lo alto del peñón. La ida y vuelta está en 14,50 libras (unos 16,50 euros), pero si también se quieren hacer otras visitas arriba por la Reserva Natural del peñón son 22 libras (unos 25 euros). Yo elegí esta última opción.
Nada más llegar a lo alto del peñón, ya están los famosos monos esperándonos. Hay bastantes y parecen tranquilos pero ojo con no hacer tonterías con ellos, que son animales salvajes. Ya te lo avisan persistentemente. Las vistas desde arriba (412 metros de altura) son espectaculares, al tratarse de la única elevación en toda la zona. Por tanto, se puede ver toda la bahía de Algeciras, el campo de Gibraltar y la costa de Marruecos, dándose uno cuenta de lo cerca que están aquí África y Europa. Lo suyo es recorrer bien el mirador desde sus distintas posiciones (incluyendo el más dramático lado este, con una caída mucho más pronunciada que la parte oeste, donde está el pueblo). Allí también hay un bar-restaurante-tienda-servicios para lo que se requiera. Una vez bien visto todo es recomendable pasear libremente por la Reserva Natural del Peñón de Gibraltar. Primero aconsejo ir hacia el sur, a la St. Michael's Cave (incluida en el precio de 22 libras antes mencionado), una red de espléndidas cuevas bien iluminadas y accesibles con enormes estalactitas y estalagmitas moldeadas por el agua durante miles de años. Antes de llegar se puede subir al punto más alto del peñón, O'Hara's Battery (426 metros), una batería de artillería montada en 1890 para la defensa (o ataque) del sitio. De vuelta hacia cerca del mirador inicial (los caminos son pequeñas carreteras donde, afortunadamente, ya no hay circulación de vehículos privados, sólo taxis y similares), ahora podemos ir hacia el norte, donde se desciende mucho hasta dar con los Great Siege Tunnels. Se trata de una red de túneles excavados por el británicos (desde 1782) a raíz del gran sitio (1179-1783) al que Gibraltar fue sometido por los españoles (infructuosamente, hay que decir). Impresiona la obra, la verdad, plagada de pequeñas aberturas para instalar los cañones a lo largo de sus 277 metros de longitud.
Desde aquí ya solo queda terminar de descender andando (no merece la pena volver al teleférico) hasta el pueblo y comer algo o simplemente refrescarse con una buena pinta de cerveza (fría, claro, esto no es Londres). A la salida de Gibraltar, coincidimos en la aduana con todos esos españoles que vuelven a casa tras trabajar en la colonia. Porque Gibraltar no deja de ser una importante fuente de dinero para los gaditanos de la zona, que se sigue percibiendo un tanto depremida económicamente, aunque, cómo no, el centro de La Línea rebosa alegría y diversión en sus bares (en la Plaza de la Iglesia y las calles más céntricas). Otra cosa es la parte norte de la población, donde triunfa el dinero fácil e ilegal del narcotráfico.
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