sábado, 24 de enero de 2009

VIAJES / Navidades en Nueva York

La amiga Laura P. me envía sus impresiones sobre la ciudad que nunca duerme, Nueva York, donde actualmente está viviendo. Otra prueba más de su talento literario.

If I can make it there...

Recuerdo desde que ni siquiera levantaba un palmo del suelo (y esa situación no ha variado demasiado, ni han pasado tantos años) que cuando escuchaba las primeras notas de esa canción de Sinatra, sentía algo indescriptiblemente familiar: New York, New York...

No me parecía que cupiera un abismo de océano entre el lugar donde nací y esa gran manzana que visualizaba escuchando la canción, o en las calles interminables que veía en las películas con espectacular asombro. Quizá fuera porque alguien muy, muy especial en mi vida me relataba, cuando cruzaba el charco, historias increíbles de rascacielos que rasgaban nubes, de barrios donde podías quedarte inmóvil tan sólo mirando un espectacular edificio, por la gente, por unas costumbres que aquí, entonces, parecían ciencia-ficción.

Por todo aquello, crecí alimentando un mito que cada vez era más vívido en mi imaginación: compuesto de historias en primera persona, de música y de celuloide. Recortando fotos de aquel imponente perfil de los catálogos de las agencias de viaje: New York, New York...

Pasaron los años, y al crecer hay que tener mucho cuidado para no dejarse la magia por el camino: Woody Allen sustituyó a Sinatra y Sexo en Nueva York a las comedias de Frank Capra. Los recortes de los catálogos, sustituidos por posters y, de repente, la silueta iluminada del árbol navideño del Rockefeller Center se hace corpórea ante tus ojos.

Sin darte cuenta, te has plantado en la Quinta Avenida, llena de escaparates lujosos, de luces prenavideñas. Un impulso, un golpe de ilusión y una corazonada te ha situado allí mismo.

El Rockefeller Center no es como lo has visto en las películas: es muchísimo mejor porque es real. Los patinadores te saludan cuando, cámara en ristre, te acercas a fotografiarlos. Es la víspera de Nochebuena y la ciudad es un hormiguero de compradores de última hora. El laberíntico “subway” es una montaña de paquetes de ragalos detrás de los que se esconde un neoyorquino, con su propia historia. Me siento como si estuviera viajando en un reno de Santa Claus.

El día de Nochebuena, la gente, la buena gente que allí conozco, te abre las puertas de un ático encantador donde se dan la mano el árbol de Navidad y las velas del Hannukah, la celebración judía de las fiestas. Cantas villancicos católicos, rezas en hebreo y te preguntas por qué tienes tanta suerte. Y después, el viento cortante y helador no puede con tus ganas de salir al balcón y fotografiar un Empire State Building iluminado en rojo y verde.

El día de Navidad amanece con un sol encantador pero ornamental... La temperatura es gélida. Sales a pasear por Central Park y topas con un lago congelado donde juegan los niños. Algunos estrenan allí mismo los juguetes recibidos la víspera... A la hora en que uno empieza a sentir hambre, se da cuenta de que lo único que se puede hacer en Nueva York el día de Navidad, después de recorrer el parque, es refugiarse del frío en un restaurante chino –los únicos que permanecen abiertos- e ir al cine. Todo lo que dos días atrás era bullicio, es calma. Es Navidad desértica... Los amantes de la fotografía no pueden creer que están fotografiando avenidas completamente vacías...

La temporada no termina ahí... Queda una larga semana de preparativos de Año Nuevo, de más bullicio por el inicio de unas rebajas escandalosamente baratas, la ciudad se ha llenado de nuevo, el Empire enciende sus luces de Christnnukah (conmemorando a la vez las dos tradiciones más importantes de la ciudad) y Times Square se convierte en un aparcamiento de unidades móviles de televisión y de grúas que retransmitirán el evento de la caída de la bola en apenas unas horas.

La nieve es demasiado intensa, la multitud demasiado abrumadora... Veré nacer el 2009 en la pantalla gigante de alguna fiesta del Soho, sabiendo que Times Square está a unas manzanas de distancia y, mientras empieza la cuenta atrás, saco del bolso un racimo de uvas que no van ir acompasadas de campanadas... Este año no.

Este año lo vi nacer en la ciudad de mis recortes de infancia, al son de la melodía de Sinatra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso relato de una navidad especial en la Gran Manzana.

Los que no hemos tenido la suerte de alojarnos en un ático de la Quinta, ni hemos visto nevar en Navidad, ni el lago del Central Park helado, ya estamos pensando en el momento de volver a LA CIUDAD y hacer realidad en primera persona lo que Laura P ha podido disfrutar en esta ocasión.

Animo a Laura a seguir visitando NY en cualquier época del año y contarlo. Aquí o en un libro.

Y puedo confirmar la génesis de esta admiración mútua por la gran urbe. A mi también me enseñó el valor de la amistad, el compartir TODO lo que tenía y un gran amor hacia la naturaleza.

Anónimo dijo...

Alberto Q.
www.lacoctelera.com/traslaspuertas

Pues solo decirle a ud, Pacman, y a su amiga Laura P. que me han despertado una envidia atroz...

QUIERO CONOCER YA NY!!!

Pacman dijo...

Comparto con todos vosotros el amor por Nueva York. Si todo va bien, este verano volveré a los USA (que ahora con Obama hay más aliciente), aunque creo que me centraré en Chicago, Grandes Lagos...

Saludos!!
(Y gracias reiteradas a Laura P.)