viernes, 31 de agosto de 2018

VIAJES: Alsacia (Francia) y Selva Negra (Alemania) (1)

Situadas en pleno corazón de Europa, la región francesa de Alsacia y la alemana de la Selva Negra tan solo están separadas por el río Rin. De hecho, durante siglos, Alsacia ha sido objeto de disputa entre ambas naciones, quedando hasta ahora bajo dominio galo desde el término de la Segunda Guerra Mundial, aunque llama enseguida la atención de la enorme cantidad de topónimos y nombres en egenral de origen germano. Comenzamos el viaje volando al Aeropuerto de Basilea-Mulhouse-Friburgo, aeródromo multinacional (aunque en suelo francés), pues dispone de espacios para los pasajeros que llegan a (o salen de) Suiza, Francia y Alemania. Como estos dos últimos países pertenecen a la Unión Europea, no hay problema, pero como Suiza no, puede surgir el siguiente problema o malentendido que nos sucedió. Alquilamos el coche (a través de Rentalcars.com, web muy aconsejable, por cierto) en la agencia Thrifty del lado suizo. Lo pensamos así porque también íbamos a circular por Suiza, país que requiere la llamada viñeta, un impuesto de unos 40 euros por circular por autopista (no por carretera convencional, ojo). No queríamos complicarnos mucho y decidimos tener un coche suizo (ya con la viñeta incluida). El caso es que, al final del viaje, al ir a devolverlo al aeropuerto, no reparamos en que nos metimos en el lado franco-alemán, donde hay también un mostrador de Thrifty y el resto de compañías de alquiler. Allí nos dijeron que teníamos que ir a devolverlo al lado suizo (bajo multa de 40 francos suizos), que estaba como unos 20 metros detrás. Pero... teníamos que ir primero a la frontera suiza (que queda a 4 kilómetros), pasar por la aduana, volver al aeropuerto recorriendo otra vez los 4 kilómetros y entrar por el lado suizo. Que lo sepáis...

El viaje en cuestión lo empezamos precisamente en Suiza, visitando la bonita ciudad de Basilea. Agradable, moderna y con una oferta imbatible para el turista: si estás alojado en un hotel tienes derecho a usar el transporte público ilimitada y gratuitamente durante toda tu estancia. Se trata de una medida que se aplica en todo Suiza, así que... ¡Fenomenal! Y más teniendo en cuenta que todo el centro de Basilea está prácticamente cerrado al vehículo privado y hay una estupenda red de tranvías para moverse. La llegada a la ciudad también supuso nuestro primer encuentro (de muchos más) con el Rin, donde, dado el buen tiempo, la gente se lanza no solo a tomar el sol en sus orillas, sino también al agua con flotadores aprovechando su anchura y buen caudal, y dejándose arrastrar durante buenos tramos. Muy divertido. Basilea contiene gran cantidad de museos (con descuento del 50% para el visitante asimismo), así como algunos edificios destacables, como la puerta medieval, el ayuntamiento y la catedral gótica (donde está enterrado Erasmo de Rotterdam). A lo spies de esta iglesia se proyecta cine de verano en agosto, por cierto. Gratis, claro. Un alivio, porque todo es carísimo en Suiza.

Subimos al norte y entramos en Francia para comenzar el recorrido por Alsacia, repleto de preciosos pueblos, casi todos situados a lo largo de la llamada Ruta de los Vinos de Alsacia, a lo largo de un valle a los pies de la cordillera de Los Vosgos. En Mulhouse encontramos un centro bonito, con su plaza, su ayuntamiento y su iglesia, algo que se repetirá a lo largo del recorrido, aunque en mayor grado de belleza. Después nos desviamos a Thann, que también tiene un pequeño casco interesante, y nos adentramos en Los Vosgos, una maravilla natural donde abundan sobre todo pinos y abetos. Nos encontramos con algunos miradores impactantes y subimos (por carretera) al Gran Ballon (1.424 metros), donde hay pistas de esquí habilitadas para el invierno. Regresamos al valle y nos acercamos a Colmar. Pero antes pasamos por Eguisheim (ver foto), uno de los pueblos sin duda más bonitos, pues conserva su estructura medieval con calles en círculos concéntricos dentro de la muralla. Una pasada. Colmar, a pesar de ser una ciudad grande (70.000 habitantes) tiene un centro muy atractivo y paseable, con calles empedradas, los edificios típicos de la zona con vigas de madera vista y culminando en la llamada "pequeña Venecia", un barrio que combina lo anterior con unos canales de agua. Aquí es donde nos decidimos a probar la gastronomía alsaciana, con desiguales resultados. Por un lado, me gustaron la tarte flambée -llamada flammkuchen en la vecina Alemania- (básicamente, una pizza de masa fina), el choucroute -también compartido con Alemania- (que ya conocía, salchichas y carnes con repollo) y el vino (un blanco fresco muy rico). Pero, definitivamente, no me entraron bien los fleischschnecke (rollos de pasta y carne), que se me hicieron muy pastosos.

Siguiendo nuestra ruta, luego fue el turno de Riqewihr (también de inconfundible nombre germánico), uno de los pueblos también que más me gustaron, con un centro cerrado al tráfico y unas calles chulas con edificios típicos. También es destacable Ribeauvillé. La verdad es que todo es un conjunto de belleza suma, dentro de viñedos que, en algunos casos, se descuelgan por las laderas alrededor de algunos pueblos. Y uno de lo spuntos fuertes del día es la visita al castillo de Haut-Koenigsbourg, situado en la cumbre del monte Stophanberch desde el año 1192. Impone su enormidad y su magnífico estado de conservación. Y las vistas son espléndidas, pues se otea toda la zona del valle que hemos visitado y se alcanza a divisar hasta el Rin y el lado de Alemania. Pero antes de entrar en terreno germano, nos queda culminar la ruta alsaciana. Primero Obernai, un pueblo que merece una parada. Y luego Estrasburgo, que, desde luego, no es la ciudad gris y burócrata que algunos pueden tener en la cabeza (por albergar el Parlamento Europeo). Se trata de una ciudad grande pero con un centro espléndido, muy agradable de visitar. No solo a lo largo de sus calles comerciales, sino también a la orilla del río Ill, que es dividido en canales en una zona de esparcimiento espléndida. Y qué sorpresa al desembocar ante la impresionante catedral gótica. Una de las mejores que he visto, sin duda. Construida entre 1015 y 1439, es Patrimonio de la Humanidad desde 1988. Normal. Por último, la obligada visita a la sede del Parlamento Europeo (a las afueras, hay que ir en tranvía), que es gratuita pero está dividida en tres turnos guiados: uno en inglés, otro en francés y otro en alemán. Sí, ninguno en español. Como tampoco sabíamos previamente los horarios llegamos fatalmente a la visita... en alemán. Muy interesante pero nos enteramos poco. menos mal que al final pudimos coger un libro informativo en nuestro idioma...

sábado, 18 de agosto de 2018

VIAJES / Norte de Soria y Pirineo de Lleida

Soria es una provincia injustamente olvidada. Y es una pena, porque el norte de la provincia es un auténtico paraíso, pues contiene la masa de pinares más grande toda Europa, amén de albergar sierras espléndidas (los Picos de Urbión es el mejor ejemplo), circos glaciares con lagos impactantes como la Laguna Negra o el embalse de La Cuerda del Pozo, que no solo está rodeado de espesa vegetación (pinos, robles, etc.), sino que cuenta con dos zonas perfectamente habilitadas para el baño: Playa Pita y Playa Gamella. Establecidos en Vinuesa, un pueblo encantador de apenas 1.000 habitantes a medio camino entre el embalse de La Cuerda del Pozo, la Laguna Negra y las sierras de Urbión y de Cebollera, es un magnífico punto de partida para visitar la zona. Primero nos decidimos por el playeo, así que fuimos, primero, a Playa Pita, situada entre Abejar y Molinos de Duero. Siguiendo el camino señalizado no hay pérdida. Se aparca (gratuitamente) y a disfrutar de un día entre pinares y una serie de pequeñas playas con arena muy fina y espacio para adentrarse en el agua (hasta cierto punto) sin peligro. Agua fresquita, muy agradable para estos días de agosto, donde aquí rondamos los 30 grados. La otra playa del embalse es Playa Gamella, ubicada cerca del pueblo de Herreros. En este caso son los robles los que nos protegen del sol y la zona de baño cuenta igualmente con estupenda arena fina.

De vuelta a Vinuesa parte la ruta para el norte, hacia la Laguna Negra (1.753 metros de altitud). Al llegar hay que pagar 4 euros por el parking y, para recorrer el último tramo hacia la laguna, se puede bien subir andando un empinado camino (o por la carretera) bien tomar un autobús por 1,20 euros la ida y vuelta. A los pies de la Laguna Negra, una pasarela nos permite recorrer una parte, pero luego podemos tomar caminos por los alrededores. Incluso se podría subir y acceder a la Laguna Helada y, con dos horas más de camino, alcanzar el Urbión.(2.228 metros). Pero, ya si eso, otro día... Hay que recordar que el precio del parking incluye una visita a la Casa del Parque, centro de intrepretación de la zona, bastante interesante.

Valle de Arán

El Valle de Arán es una comarca situada en los Pririneos del noroeste de Lleida, tradicionalmente mejor comunicada con el departamento francés del Alto Garona que con el resto de Cataluña y España. Por ello, conserva una lengua propia (el aranés), unas costumbres específicas y una especial relación con los vecinos franceses. La llegada al valle ya impresiona cuando, tras atravesar el túnel de Viella, llegamos a la capital de la zona con un descenso que nos permite contemplar la majestuosidad del valle. Desde Viella partimos hacia una de las rutas emblemáticas: Uelhs deth Joèu. Para ello seguimos rumbo noroeste la carretera del valle, hasta Las Bordas y de ahí seguimos el camino señalizado como Uelhs deth Joèu y Artigas de Lin. Tras unos kilómetros de camino forestal asfaltado se accede al aparcamiento (gratuito) y se puede empezar ya a caminar o bien tomar un trenecito que tiene dos paradas. Lo más sencillo es bajarse en la segunda, en el refugio de Artiga de Lin, y así todo es llano o cuesta abajo. El camino es impresionante, a los pies mismos de altas montañas por un valle todo verde. Empezamos estando a los pies del Coll de Toro, detrás del cual está el Pico Aneto (3.404 m.), pero no se ve. Seguimos una ruta sencilla de menos de 3 kilómetros bajando junto al río Joèu, que es un rebrote 4 kilómetros después del Aigualluts (en el Valle de Benasque, en Huesca), originado en el propio Aneto. Al final del circuito, el Joèu forma unas bonitas cascadas y ya se da por concluida está espléndida experiencia. Como nos hemos quedado con ganas de ver el Aneto, vamos a Vilamós, la población conocida por ser el mirador oficial de la montaña más alta de los Pirineos y la segunda de la Península Ibérica.

Precisamente, es un disfrute visitar los pequeños pueblos del Valle de Arán, como el citado de Vilamòs (1.255 m.) o Bossòst (712 m.), ya en el valle. Este último recuerda mucho a otros vistos en los Alpes suizos, con sus casas de vigas de madera vista y tejados negros picudos para evitar que se pose la nieve en invierno; en este caso, con su puente sobre el río Garona, que baja con fuerza y donde se practica rafting. Encantador. Un poco más al norte llegamos a Bausen (931 m.), desde donde se hace la ruta del Bosque de Carlac, un hayedo precioso. Antes, a la salida del pueblo, nos encontramos con la tumba de Teresa, que protagonizó una historia de amor con final trágico a principios del siglo XX. Cerca hay un banco al borde del precipicio para contemplar una de las más impactantes vistas del Valle de Arán. De vuelta a Viella, y continuando hacia el este, merece la pena visitar la iglesia románica más antigua del valle (siglo XII), en Escunhau. Y llegando a Baqueira, la carretera sube hacia Montgarri (1.655 m.), un pueblo hoy prácticamente abandonado y desde el que se accede a una altiplanicie y a un recorrido muy interesante por la zona.

Dejamos el Valle de Arán con una mezcla de pena y alegría por lo que hemos visto. Pero queremos poner un gran punto y final con la visita al Congost de Mont-rebei, un desfiladero formado por el río Noguera Ribazorçana, en el límite de las provincias de Lleida y Huesca. Para ello salimos desde Viella y viajamos hacia el sur por la N-230, hasta Puente de Montañana. De ahí tomamos un camino asfaltado de varios kilómetros, hasta llegar a una zona de parking, que cuesta 5 euros. Pero nosotros optamos por dejar el coche a un lado del camino. Luego la ruta consiste básicamente en caminar por el desfiladero. La opción más corta son 3 kilómetros de ida (y los mismos de vuelta) por un camino que atraviesa un puente colgante y una parte excavada en la roca auténticamente impresionante. Las vistas son de vértigo y la experiencia, inolvidable. Se podría seguir más adelante, hasta los 10 kilómetros, por unas escaleras situadas en la parte aragonesa del desfiladero y con unas pendientes importantes, pero eso ya lo dejamos a los más valientes.

sábado, 4 de agosto de 2018

LIBROS / "Fuego y furia: en las entrañas de la Casa Blanca" (2018)

Puede resultar evidente lo inepto y patético que resulta Donald Trump como presidente de los Estados Unidos pero el periodista Michael Wolff, gracias a haber estado infiltrado (con permiso) en la Casa Blanca durante los primeros ocho meses del mandato del multimillonario, ofrece detalles concretos en su libro "Fuego y furia" (2018) que no solo apuntalan esa idea, sino que la refuerzan hasta límites difícilmente imaginables. No es solo el caos de una administración incompetente, sin experiencia de gobierno y plagada de rivalidades internas, sino que describe a Trump como alguien directamente deficiente mental, incapaz de comprender lo que lee o se le dice (no pasó de la Cuarta Enmienda de la Constitución -y son 27- por aburrimiento), y que divaga y se repite en sus charlas. También queda claro que no solo no se esperaba ganar las elecciones, sino que no quería, pues solo pretendía presumir ante los suyos, los super-ricos. De hecho, estuvo un buen tiempo deprimido porque la élite económica no pasó fielmente a besarle el anillo tras su victoria. Todo lo contrario, buena parte de su plantilla en la Casa Blanca le llama a sus espaldas directamente "tonto", "idiota" y "gilipollas".

Su propio presidente de campaña (primero) y jefe de estrategia de la Casa Blanca (después), Stephen K. Bannon, fue uno de los mayores filtradores para el periodista y quien se mostró más duro con la incompetencia del presidente (por eso acabó siendo despedido, tras aparecer sus revelaciones en el libro). También hay amplio espacio dedicado a su yerno (y asesor) Jared Kushner, dibujado como quien realmente mueve los hilos, así como a la mujer de este (e hija de Trump), Ivanka, cuya ambición llega a querer convertirse en la futura primera presidenta del país. Y, en fin, toda una serie de anécdotas que ejemplifican el desastre que significa tener a Donald Trump al mando del país más poderoso (y con bomba atómica) del mundo, en un libro no especialmente muy bien escrito y que da por sentados acontecimientos y personas que son de mayor conocimiento local que internacional, pero que, por encima de todo, es valioso por la prueba incontestable que supone.