Nuevamente en la I-90, nos adentramos en Dakota del Sur, un estado a medio camino entre las praderas del Medio Oeste y las grandes llanuras del pleno Oeste, aunque siempre conservando un espectacular verdor multitonal (como Minesota, Wisconsin, Iowa e Illinois) y una variedad de paisajes que nos ha deparado grandes (y principalmente agradables) sorpresas. Al poco de entrar, nos puede la nostalgia y nos dirigimos cerca de la localidad de De Smet (por el misionero belga Pierre-Jean De Smet, del mismo modo que la capital del estado se llama Pierre en su honor), concretamente a la casa familiar de Laura Ingalls, la escritora de los libros en los que basó la serie "La Casa de la Pradera", de Michael Landon. Quizá se trata de una excusa para perdernos aún más en medio de ninguna parte, que es donde se enclava ese lugar, un sitio donde en una tienda te preguntan (eso sí, con la mayor amabilidad) si quieres una bolsa como "do ya guys want a sack?" en lugar del convencional "would you like a bag?" Encantador. De vuelta a la carretera principal, en Mitchel hacemos un alto para comprobar que, efectivamente como dice nuestra guía, existe el Corn Palace, un imponente complejo de restauración-comercio-auditorio (tiene hasta cancha de baloncesto), que data de 1892 y cuya fachada está enteramente decorada con mazorcas de maíz formando sorprendentes dibujos y diseños. Es una de esas americanadas que hay que contemplar con tus propios ojos.
Siguiendo adelante nos topamos con el segundo susto del viaje (el primero fue casi no conseguir coche de alquiler en Chicago), esta vez en forma de fuerza de los elementos: tras días de (fuerte) calor y cielo despejado desde que pisamos Estados Unidos, repentinamente nos cayó encima conduciendo la mayor tormenta de la que he sido testigo/víctima, tan fuerte que, no viendo más allá de mis narices, tuvimos que parar en el arcén esperando a que pasara, lo cual ocurrió como media hora después. Desde entonces, se han ido combinando los momentos de sol con los de lluvia (mucho más suave, afortunadamente). Esa noche nos alojamos en Wall, un pueblo típico del Oeste, con su saloon, bares, restaurantes y tiendas en forma de tablados de madera, la más famosa de las cuales es la Wall Drug Store (nada que ver con la droga, claro, y que cuenta con docenas de carteles publicitarios a lo largo de cientos de kilómetros en la I-90), una macro-tienda donde puedes comprar cualquier cosa, absolutamente cualquiera.
Pero lo importante de Wall es que está a tiro de piedra de las Badlands, nuestro primer parque nacional. Impresionante. Ese conjunto de enormes formaciones rocosas multicolores que se levantan en medio de la verde pradera sorprende sin duda. El recorrido principal discurre a lo largo de la carretera 240 y puede hacerse en una o dos horas, depende de lo pasmado que te quedes con lo que ves. También aquí tenemos el primer encuentro con la fauna autóctona: los perritos de la pradera, una especie de ardillas enormes, muy simpáticas ellas, que viven haciendo túneles bajo tierra y son consideradas una plaga a controlar por las autoridades. Más adelante llegamos a Rapid City, ciudad de acceso a las Black Hills, otro parque nacional, una especie de maravillosa pequeña Suiza que emerge en plena llanura.
Al sur se encuentran, además, dos emblemáticos monumentos: las caras de los presidentes en el monte Rushmore y la efigie de Caballo Loco en la montaña Thunderhead. El primero, sobradamente conocido y que siempre me remite a la escena final de "Con la muerte en los talones", de Alfred Hitchcock, sorprende más en directo de lo que uno se puede imaginar. Es realmente enorme y está realizado (por Gutzon Borglum, entre 1927 y el 31 de octubre de 1941) con soberbia maestría, más aún cuando, en el centro de visitantes, te detallan cómo se llevó a cabo. Además, es una oportunidad de conocer más a fondo las figuras de los cuatro políticos: George Washington (primer presidente y militar que logró la independencia estadounidense de Inglaterra), Thomas Jefferson (un hombre renacentista, padre intelectual de la declaración de independencia, en cuyos avanzados principios se basó la Revolución Francesa), Abraham Lincoln (ya sabéis, que prohibió la esclavitud, lo que provocó la Guerra Civil con el Sur) y Theodore Roosevelt (que combinó ideas sociales avanzadas con una política exterior origen del Imperio Americano). Su entrada es gratis pero el aparcamiento son 11 $ por coche (valido por todo el resto del año, eso sí), ya sabéis, hay que cobrar por la vía que sea.
Unas millas más al sur se encuentra la que podría ser la cara oscura del monte Rushmore, la representada por los indios masacrados por los estadounidenses en la figura, que todavía se está esculpiendo, del jefe Crazy Horse. Aquí la entrada, sin excusas, es de 20 $ por coche, pero vale la pena sólo por ayudar a financiar una obra que ha rechazado desde siempre la ayuda de la administración para convertirse de forma independiete en un motivo de orgullo indio. Contendrá tanto la gigantesca escultura sobre la montaña Thunderhead de Caballo Loco (en la foto, la maqueta en primer plano), que, iniciada por Korczak Ziółkowski en 1948 -y continuada por sus hijos-, tendrá 195 metros de anchura y 170 de altura (por 18 metros de altura de las caras de los presidentes), como un campus universitario y centros de interpretación de todas las culturas indias, no sólo de la sioux oglala lakota a la que pertenecía Crazy Horse. Por cierto, dentro del memorial tuvimos la oportunidad de hablar un rato con el bisnieto del propio Caballo Loco, abordado por él cuando pensó que yo llevaba una camiseta con letras francesas (no era exactamente así), dado que él habla francés, supongo que porque, por tradición, su pueblo prefería comunicarse con los respetuosos comerciantes galos de los siglos XVII y XVIII que con los agresivos y expansionistas estadounidenses del siglo XIX. La historia de Crazy Horse ya la sabemos: venció al codicioso Custer (que rompió el tratado de paz tras encontrar oro en las Black Hills, montañas sagradas de los indios) en la batalla de Little Bighorn (1876) pero fue asesinado por la espalda de un bayonetazo por un soldado tras ser detenido (1877).
Y la gran sorpresa natural de las Black Hills la encontramos en el parque Custer (que no es nacional no por falta de merecimiento, sino simplemente porque fue declarado antes estatal), al que se accede por 15 $ por coche, entrada válida por una semana. Esta hermosa zona de 287 km2 sirve de hogar a, entre otros animales como alces, venados diversos, perritos de la pradera y burros pedigüeños -sí, se acercan a los coches a por comida-, una manada de unos 1.500 bisontes (que aquí muchos equivocadamente llaman búfalos). Ya saliendo del parque se nos cruzó uno en la estrecha carretera, así que estuvimos a apenas un metro de ese enorme ejemplar. Una experiencia inolvidable.
Tras alojarnos en el pueblo de Custer, concretamente en el Bavarian Inn, un motel de estilo europeo sólo porque ofrece un desayuno continental (¡por fin!), salimos a la mañana siguiente para tener el tercer susto del viaje. Unas sirenas empiezan a sonar, luces de colores rojo y azul se asoman por el retrovisor... Un coche-patrulla me da el alto. Un policía alto, rubio, gordo y con bigotón se me acerca (pero no se asoma por la ventanilla como en España, sino que aquí por precaución ante posibles disparos se quedan un poco atrás) y me pide la identificación. Al ver mis documentos españoles dice algo así como que qué carajo es eso, le explico que somos turistas españoles y me dice que iba a más velocidad de la permitida (36 mph sobre 25 mph) y que si había alguna razón por mi parte para ello. Le respondo que acababa de arrancar y que no me había dado cuenta y entonces me empieza a decir "then you'll have to pay..." ("entonces tendrás que pagar...") y me espero lo peor. Termina la frase: "then you'll have to pay attention" ("entonces tendrás que poner más atención"). Le digo que sí, que lo haré y me devuelve los documentos sin haberlos entendido. Todo resuelto y listos para tomar de sur a norte la carretera 385 que atraviesa las fascinantes Black Hills, plagadas de moteros (mayormente de Harley Davidson), que durante estos días se reúnen en Sturgis (¡por 71 años consecutivos!) en cifras que rondan las 100.000 personas. Aunque acaba cansando su omnipresencia, son majos y, tras su apariencia macarra con tatuajes, barrigas cerveceras y trajes de cuero, late un espíritu naíf que les lleva a disfrutar de los parajes más bonitos y a pedirte que les hagas fotos de recuerdo de pandilla. Además, podrán disfrutar en Deadwood de conciertos encabezados por Lynyrd Skynyrd (el día 10 de agosto) y John Fogerty (palabras mayores, el 11). Hacia el norte, al término de estas montañas, y dejados atrás los pueblos de antiguos buscadores de oro de -precisamente- Deadwood y Lead, decimos adiós a este variado y sorprendente estado que es Dakota del Sur.
1 comentario:
Hola! Excelente entrada, te felicito... La verdad que parece un lugar espectacular. Estoy seguro que en algun momento de mi vida me tomare el tiempo para despegar hacia alli. Saludos
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