
Y en cuanto a Nara, se llega desde Kioto en un tren local (tratad de coger el de servicio rápido, que no para en los 20 pueblos que hay por medio) y que tarda en torno a una hora. Al llegar, en la Oficina de Turismo os atenderán fenomenal, porque disponen de un mapa turístico ¡en español! Aquí, en un país donde apenas se habla o se traducen cosas al inglés. ¡Lo que hay que ver! Pronto descubriréis que el principal atractivo de Nara es su fabuloso y enorme parque (más de 500 hectáreas), que más bien es una reserva natural. Plagada, eso sí, por cientos de ciervos que se acercan sin ningún temor a que les des de comer las galletas que venden por 150 yenes (1,10 euros) el paquete. Estos animales son una maravilla, pero si no obtienen su alimento son capaces de comerse tu plano de la ciudad (como le pasó a mi hermana). Dentro del parque, entre otros monumentos, destaca claramente la estatua más grande (ésta sí) de Buda, ubicada dentro del templo Todai-ji. Y, cuando os canséis de pasear por este magnífico enclave natural, tenéis las coquetas calles comerciales de la ciudad para comprobar que, queriendo mucho a los ciervos, luego no tienen reparos en vender sus cuernos y pieles.
De regreso a Tokio, dejamos para el final la visita a la zona más tradicional y (demasiado) turística de Asakusa, donde se encuentra el templo más antiguo de la ciudad (del año 628), Senso-ji. Su famosa puerta de Kaminarimon tiene colgando la enorme linterna (llamada Choochin, no os riáis) y de ahí se accede a una galería que es un nido de pequeños comercios atestados de gente. Vosotros mismos. Pero si todavía no habéis comprado ningún souvenir, éste es el lugar. Lo mejor del barrio es tratar de coincidir con una de sus conocidas fiestas populares, entonces la cosa sí que es un no parar.
Y para terminar, quisimos hacer realidad la experiencia karaoke en Japón. Al llegar pensamos que en cada sitio habría lugares públicos para practicar este cante, pero ya vimos que la cosa está muy profesionalizada: hay cadenas que alquilan cabinas para el disfrute personalizado (individual o en grupo) de esta afición. Así que pagamos los 1.124 yenes (8,20 euros) por persona y hora que vale y nos lanzamos a hacer gorgoritos. Vale que al principio no entendíamos el funcionamiento exacto (con instrucciones en japonés, claro), pero tras unas breves explicaciones en semi-inglés del personal de la sala todo fue viento en popa. Y cuando descubrimos el botón de los focos de colores aquello ya fue la bomba. En fin, qué mejor manera festiva de poner punto y final a este viaje inolvidable. Mañana volvemos, ¡esnif!
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