Y es que, junto al asfalto y los neones, te encuentras con esos impagables remansos de paz que son los parques, enormes, bellos. No en vano, Tokio es la primera ciudad del mundo en espacios verdes (por delante de Madrid). De entre los que he conocido destaco el frondoso Yoyogi, los hermosos Shiba-Rikyu y Jardines del Este, y el completo parque de Ueno (con zoo e importantes museos). Sobre el de Yoyogi, tengo que apuntar que es centro de reunión de diversas tribus urbanas, como los rockers. Fue impagable ver a esos japoneses con tupé y bailando rock'n'roll clásico, mientras aparcaban su cadillac rosa (verídico) en la acera. Por no hablar de esa pareja que imitaba (a la perfección) a John Lennon y Yoko-Ono, como si se estuviesen paseando por el neoyorkino Central Park. Muy cerca de Yoyogi se encuentra la zona de Harajuku, zona de gran actividad comercial (¿y cuál no?), tanto de alto nivel -con tiendas de marca- como de pequeño comercio de mayor interés.
También decidimos acercarnos al puerto, porque esta gran mancha de cemento tiene su salida al mar. Pero como si nada, porque todo está plagado de centros comerciales y pabellones de convenciones hasta el último milímetro. Sólo se salva el mercado de pescado, que sigue conservando el aire de las antiguas lonjas. Si te acercas de buena mañana (y bastante gente lo hace) puedes comer rico pescado recién traído del mar. Y lo chulo es tomar el monoraíl en, por ejemplo, Higashi-Shinbashi para tener una vista perfecta del puerto de Tokio y llegar a las islas metropolitanas, donde lo único interesante (si acaso) es la playa artificial que se han montado. Y la gente se tumba en la arena pero, ¿quién es el valiente que se baña en esas aguas sucias de tanto tráfico marítimo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario