El Gobierno acaba de aprobar algunas medidas encaminadas al ahorro energético. Buena parte de ellas son obvias (iluminación eficiente, fomento del transporte público y de las empresas de servicios energéticos...) pero, al focalizarse el debate entorno a la más populista (la reducción del límite de velocidad de 120 a 110 km/h en las carreteras), no estoy seguro de que cale el sentido de la nueva norma: hay que consumir menos energía y hacerlo de forma más, mucho más eficiente. No se puede derrochar, mucho menos en tiempo de crisis, pero sobre todo porque es un gasto absurdo e innecesario que nos perjudica a todos, que en nuestra mano está aportar pequeños detalles. En este sentido, el conducir de una forma más óptima (velocidades adecuadas, con marchas más largas, soltar más amenudo el acelerador en lugar de acelerar y frenar, etc., vaya, cosas que aprendimos en la autoescuela) nos hace reducir el consumo y pagar menos (a veces no nos paramos a pensar y llenamos el depósito sin rechistar como un acto reflejo más) y, por ende, depender menos de la factura petrolífera exterior.
El ahorro de ir a 110 en lugar de 120 km/h es de entre 50 céntimos y 1 euro cada 100 kilómetros, dependiendo mucho del coche; la conservación del buen estado de los neumáticos añade otros 50 céntimos de ahorro cada 100 kilómetros. De forma acumulada con el tiempo, el espacio recorrido y entre los millones de conductores las cifras podrán ser más visibles. Recordemos que España consume cada año cerca de 600 millones de barriles de petróleo (las medidas pretenden ahorrar 28,6 millones de barriles), producto que ahora mismo cuesta unos 115 dólares/barril brent (80 dólares hace justo un año). Echad cuentas... Está claro el camino a seguir, pero ¿por qué tengo la sensación de que se trata de un plan de muy poca enjundia, lleno de lugares comunes y que no ataca el problema de raíz? Ahorrar energía es algo más serio que estas medidas timoratas. Pero es tarea de todos, no sólo del Gobierno.
Nosotros podemos: elegir el vehículo de menor consumo posible, incluso no elegir ninguno en absoluto y aprovechar el transporte público (sobre todo en los desplazamientos donde más se derrocha: en los urbanos), buscar la mayor eficiencia energética tanto en la vivienda como en el equipamiento electrónico y electrodoméstico, racionalizar al máximo nuestro consumo en general (luz, agua, combustibles, etc.). Derrochar no es vivir mejor y ahorrar no es volver a las cavernas. No nos confundamos.
¿Más ideas?
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