Con esto de las corridas de toros siempre se me ha planteado una dicotomía irresoluble. Entiendo su valor artístico, lo metafórico del juego de lucha entre hombre y animal/naturaleza... Pero también veo lo que tiene de crueldad y sufrimiento excesivo para el toro. El espectáculo puede alcanzar momentos plásticamente brillantes y agónicamente insoportables. Por eso me gusta y no me gusta al mismo tiempo. Hubiera preferido que, con el paso del tiempo, esta fiesta tradicional hubiera evolucionado (sí, las tradiciones también evolucionan, aunque no nos demos cuenta) hacia formas más civilizadas manteniendo o, incluso, resaltando su lado puramente artístico, haciendo menos hincapié en la muerte y más en la belleza de los quites y muletazos. Desgraciadamente, no ha sido así.
Pero, ¿prohibir como ha hecho el Parlamento catalán? No me convence. Dejemos que la sociedad vaya decidiendo en cada momento si acude o no a las corridas. Actualmente, al 60% de los españoles no le gustan los toros, que tienen un 37% de seguidores. La realidad pondrá siempre las cosas en su sitio. Eso sí, las prácticas claramente salvajes deben ser vetadas. Eso de lanzar cabras del campanario o maltratar animales por regocijo no es de recibo. Veo una clara diferencia entre estos actos descerebrados y las corridas de toros, aunque entiendo también a los que alegan que éstas no son más que elaborados rituales de tortura animal. Ya os digo, para mí siempre se llega al empate técnico en este terreno. En este sentido, habría que valorar si en los correbous de Tarragona se inflige sufrimiento al toro por pura diversión y sin una mínima coartada artística... No creemos dobles raseros.
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