La llegada a La Habana, la capital de Cuba, ya es un shock en sí misma: ese calor húmedo de agosto te cala los huesos, mientras que la algarabía caribeña de la gente en el aeropuerto José Martí contrasta con la rigidez de las normas propia de un Estado socialista. Así, para cambiar moneda (tarea que se puede hacer en la Cadeca -casa de cambio- del mismo aeródromo), el viajero pronto descubre que hay dos monedas en circulación en la isla: el peso cubano (CUP), 25 veces más barato que el euro y que utilizan los cubanos en su día a día, y el peso cubano convertible (CUC), que es el ideado para los turistas y que está referenciado al dólar y actualmente es bastante parejo al euro, y convierte tu viaje en nada barato si lo utilizas en el circuito de establecimientos típicamente turísticos (hoteles, restaurantes y tiendas de zonas céntricas) puesto que el nivel de precios es semejante al de España. Por otro lado, la única manera de llegar al centro de La Habana por tu cuenta (si llevas el viaje contratado tendrás un transfer esperándote, claro) es tomar un taxi oficial con un precio fijo: 30 CUC. Puedes intentar negociar un precio inferior con alguno de los muchos taxis privados que circulan por la ciudad, esos surrealistas, enormes y preciosos coches antiguos de origen estadounidense (el último que entró en la isla data de 1961, poco después del triunfo de la revolución, el 1 de enero de 1959) llamados "almendrones", pero es por tu cuenta y riesgo, y si te pilla un taxista oficial te abroncará o si lo hace un policía, te lo impedirá. No te detendrá, ojo. Esta sensación de contrastes se acrecenta con la entrada en La Habana. En nuestro primer paseo, sin un rumbo muy claro, salvo dirigirnos a la ciudad vieja, encontramos calles levantadas y casas que se caen abajo de viejas y destartaladas, en las que viven más personas de la cuenta en situación cuando menos precaria, con enganches irregulares a los suministros de luz y agua. Un panorama que cambia radicalmente cuando, de repente, coges otra calle y está llena de edificios históricos preciosos, prueba de la impresionante herecia que los españoles dejamos allí. Sin solución de continuidad se mezclan unas partes mejores que otras pero pronto el ambiente y el cercano trato humano de la gente convierte la visita en algo absolutamente fascinante. En cuanto detecten que habláis castellano, se os acercarán los cubanos, bastantes veces a cambio de algo: pero no mendigan, no, tienen mucho más orgullo que eso; os atenderán amablemente, os contarán historias o su historia personal de penalidades, os tratarán de ser de ayuda y luego os pedirán que les compréis algo; y si no, os dejarán tranquilamente en paz. Porque en ningún momento hay sensación alguna de inseguridad. Todo lo contrario. La seguridad es total, incluso en las zonas más deprimidas o por la noche. El nivel medio cultural y de respeto es espectacular. Otra cosa es que desconozcan lo que el Gobierno les impide saber y ahí agradecerán que les habléis. Quizá la presencia de policía (tampoco excesiva) en la calle o quizá de "informadores" civiles (¿quién sabe?) pueda influir en la tranquilidad, quizá sea simplemente la autoridad de un régimen expresada a través del disciplinado sistema educativo...
Sobre el alojamiento, antes de reservar, tened en cuenta que siempre hay que restar una o dos estrellas para equiparar la categoría hotelera cubana con la española. Por ejemplo, nosotros elegimos el Deauville, que está muy bien situado frente al malecón y relativamente cerca de La Habana Vieja, luce 3 estrellas pero sus instalaciones y servicios son algo inferiores a lo esperado. No obstante, tiene unas vistas muy buenas sobre la ciudad (nos alojaron en la planta 13) y dispone de una impagable piscina en el piso 6. Claro que el primer día cortaron el agua un rato (apenas un cuarto de hora, eso sí), un único ascensor se antojaba escaso para todos los clientes (había un segundo en reparación aparentemente permanente) y un día fumigaron por insectos (habíamos visto una cucaracha)... Cosas así. Hay que acostumbrarse porque la fascinación de la ciudad queda muy por encima de lo que luego se comprenderá que son meros detalles dentro del contexto de un país que atraviesa una mala situación económica, especialmente desde la caída del bloque soviético a principios de los años 90, su principal suministrador, aparte del bloqueo eterno (e intentos de invasión armada, química y bacteriológica) que ejerce Estados Unidos sobre la isla. Sin embargo, precisamente el turismo ya se ha convertido en el primer sector del país: las calles de la capital están plagadas no sólo de españoles, sino también de franceses, ingleses, alemanes e italianos... Y con la previsible apertura, acabarán llegando masivamente los estadounidenses. De hecho, Jennifer López ya ha abierto una tienda de ropa en pleno centro... con precios no accesibles a los cubanos, claro.
Junto con el trato con los cubanos (esas inolvidables charlas), la otra gran influencia que percibe el visitante es la música por todas partes. Casi todos los bares, restaurantes y hoteles tienen sus bandas de espléndidos músicos tocando el maravilloso son o la trova cubanas. Los locales más míticos son La Bodeguita del Medio y El Floridita, por su larga tradición como centros de ocio y por haber sido testigos, entre otros clientes, de las andanzas y escritos de Ernest Hemingway. En La Bodeguita del Medio se puede saborear un mojito (ojo, a 5 CUC, y no es el mejor de los que se pueden tomar en La Habana) mientras se disfruta de la banda de turno. Aunque en el local luce el siguiente mensaje de puño y letra de Hemingway: "My mojito en La Bodeguita, my daiquiri en El Floridita". Y luego se puede pasar al restaurante (todo plagado de firmas de sus visitantes, conocidos o no) a comer los típicos platos cubanos: todos alrededor del pollo, el cerdo, el arroz y los frijoles. En El Floridita tenemos un busto del propio Hemingway acodado en la barra, su postura imagino que más habitual. En cambio, un mojito mejor y más barato (3 CUC) lo ponen en la terraza (buenas vistas de la ciudad) del hotel Ambos Mundos, que conserva visitable la habitación donde precisamente Hemingway pasó años y escribió libros como "Por quién doblan las campanas" (1940). La Habana Vieja se estructura en torno a cuatro plazas: la Plaza de Armas (donde se fundó la ciudad), la Plaza de San Francisco, la Plaza Vieja y la Plaza de la Catedral. Por su parte, la calle Obispo es la arteria más comercial de La Habana Vieja. Dicho esto, entendamos comercial no en los términos occidentales de tiendas de lujo, grandes almacenes y franquicias. No, no, aquí eso no ha llegado (aún), pero encontraremos pequeñas tiendas de artesanía, además de las típicas tiendas de souvenirs. En La Habana Nueva, además, hallaréis algún "gran almacén" (con un surtido risible para nuestros parámetros), sobre todo en la calle San Rafael. No es un sitio de compras. Es mejor dejarse llevar, pasear por la calle Prado, por el malecón, por todo el centro en general... Un consejo: dado el calor, necesitaréis hidrataros constantemente. Salvo que queráis ir borrachos todo el día a base de mojitos, os sugiero comprar mucha agua. ¿Dónde? No en las tiendas del centro, donde os "clavarán" hasta 2 CUC por botella pequeña. Buscad los supermercados de barrio, donde encontraréis un buen surtido de productos (salvo carnes y pescados, que están más limitados a los agromercados). Por ejemplo, una garrafa de cinco litros de agua sale por 1,90 CUC y se puede ir repartiendo en botellas refrigeradas en el frigorífico de la habitación del hotel. Por cierto, anécdota, en uno de estos supermercados, en la calle Galiano, encontramos cacao en polvo 'Dulcinea', producto fabricado en mi pueblo, Quintanar de la Orden (Toledo). Eso sí, ¡a 4 CUC el medio kilo! Debe considerarse importación de alta calidad ja, ja....
Fuera de La Habana Vieja, merece la pena pasearse por el Capitolio (más alto que el de Washington), la enorme Plaza de la Revolución y visitar los barrios de Vedado (calles organizadas en cuadrículas), con la calle 23 como eje principal, y Miramar, donde se situán casi todas las embajadas (la española, no, pues está en un bello edificio cerca del malecón) y su arquitectura es de admirar. En Vedado, además, tenéis los emblemáticos hoteles Habana Libre y Nacional (en sus bajos está el Cabaret Française, donde disfrutar de un show cubano algo más barato que en el famoso Tropicana, que está más alejado del centro y hay que ir en taxi). También podéis encontrar lugares de música como La Zorra y el Cuervo, si os gusta el jazz. Pasaros además por el Callejón de Hamel, un espacio urbano cultural y artístico muy interesante. Pero no hace falta que entréis a la famosa y enorme heladería Coppelia, donde inexplicablemente hay larguísimas colas de cubanos. Los turistas, por cierto, podéis saltaros las colas. Pero, ya os digo, los helados no tienen absolutamente nada de particular. Nada. En Miramar, además de una ristra de embajadas, podéis encontrar La Maqueta de La Habana, un auténtico trabajo de chinos donde, en 144 m2, se reproduce la ciudad al milímetro. La entrada son 5 CUC pero, como ese día no funcionaba el aire acondicionado, nos lo dejaron en 4 CUC. Merece la pena porque, con las explicaciones del guía, se amplía mucho el conocimiento histórico y geográfico de la Habana.
En cuanto a sitios donde comer, no vais a tener ningún problema. En los últimos años han abundado los paladares (restaurantes privados, algunos de ellos ubicados dentro de casas). Como he comentado al principio, es mejor salirse del circuito de los turistas para evitar "clavos". Cierto que una comida o cena por 20-25 CUC/persona puede ser razonable para nuestros parámetros, pero descubriréis en otras calles menos transitadas establecimientos más auténticamente cubanos y muy asequibles de precio, donde los habaneros suelen ir a comer, con platos a partir de 3-4 CUC (ojo, cada plato ya viene con sus guarniciones, normalmente moros y cristianos -arroz blanzo y frijoles negros- y ensalada). Cervezas locales tenéis 'Cristal' y 'Bucanero', y también podéis probar el refresco 'TuKola', la competencia directa de 'Coca-Cola' ja, ja... Por último, hay que comentar cómo desplazarse por la ciudad. No hay metro. Y los autobuses urbanos van siempre hasta arriba y parecen más dirigidos a los locales (se paga sólo con pesos cubanos moneda nacional, no con CUC). Por tanto, sólo quedan los taxis, los "almendrones" y los coco-taxis (motocarro de tres ruedas y para tres pasajeros). Nosotros tomamos algún coco-taxi y sobre todo anduvimos mucho porque nos gusta pasear con nuestras propias piernas. Pero para quien no quiera cansarse mucho o para cubrir ciertas distancias (ir a Miramar o Vedado) os recomiendo que pactéis previamente el precio con el conductor del "almendrón" o coco-taxi. No más de 10-15 CUC para el trayecto más largo, desde La Habana Vieja a Miramar.
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