Si en San Petersburgo todo parece más occidentalizado, dada su historia (ciudad creada específicamente para ser una puerta a Europa) y su situación geográfica (a sólo 150 kilómetros de Helsinki pero a 650 de Moscú), lo que se demuestra en que está plenamente preparada para el turismo, en la capital moscovita uno se da cuenta de que se encuentra inmerso plenamente en la cultura más tradicionalmente rusa (y soviética). Los más de 20 años de capitalismo (y semidemocracia), aunque han llenado de comercios, restaurantes y negocios privados las calles de la macrourbe de 12 millones de habitantes, no han supuesto, por ejemplo, la traducción de los nombres de las calles y de las estaciones de metro, que siguen estando escritas en un (para el foráneo) incomprensible galimatías cirílico, lo que complica los movimientos del viajero. Pero, con un poco de paciencia, uno se acostumbra y, aunque al principio tiende a perderse tanto en el subterráneo como en la superficie, acaba pillando la traslación a caracteres occidentales del alfabeto ideado por los santos Cirilo y Metodio en el siglo IX. En cuanto al carácter de la gente, mucho se suele hablar acerca de su brusquedad y trato poco amable pero no es exactamente así. Quizá pueda estar enraizado en el histórico aislamiento de su sociedad (acrecentado por los más de 70 años de bloque soviético) pero se trata de una cuestión aparente que se acaba diluyendo si sueltas alguna palabrilla en ruso o estás rodeado de unas buenas cervezas (a pesar de que se habla realmente poco inglés).
Así fue el encuentro con el líder del partido monárquico ruso, con el que, en un bar de la plaza de la Revolución y con bebidas por delante, pasamos un buen rato de charla (manejaba un inglés bastante correcto fruto de una educación privada de lujo). Eso sí, su ideario era de lo más extravagante: antiliberal, antidemócrata, partidario de la vuelta al poder de la familia Romanov (los últimos zares)... Un cuadro, vaya. Menos mal que (aún) no tienen representación en la Duma (el parlamento). Y es que, tras la caída del comunismo, parecen haber surgido ideologías de lo más extremistas en el sentido contrario. Una mujer nos abordó en la calle (en un aceptable español, por cierto) diciendo literalmente que el Gobierno de España debería estar en la cárcel por permitir que los homosexuales adopten niños. Por otro lado, también resulta lamentable que los actuales comunistas tengan más presente como referencia al tirano Stalin que al aperturista Gorbachov o al revolucionario Lenin.
En cuanto a la ciudad en sí, lo que claramente destaca más de Moscú es el centro, con el Kremlin, la Plaza Roja y la catedral de San Basilio. Un conjunto que ya por sí solo merece su visita. Al acceder a la plaza no se puede evitar recordar los desfiles que la nomenklatura soviética organizaba en plena Guerra Fría, con sus misiles, carros de combate y demás parafernalia. No hace tanto de ello. Ahora está inundada de turistas que entran y salen del centro comercial de lujo GUM (antiguos almacenes comerciales estatales). En cuanto al Kremlin, está rodeado de una muralla de 2 kilómetros con forma triangular (se dice que es el corazón de Moscú), trufada de nada menos que 20 torres, y en su interior se encuentran diversos palacios e iglesias de destacable belleza, junto con un parque y amplias calles por las que el visitante debe circular sin salirse del carril marcado, pues si lo hace se expone a la reprimenda de la policía. La entrada básica al recinto, que da derecho al paseo y contemplación, es de 350 rublos (menos de 9 euros) y si además se quiere entrar en la Armería, plagada de todo tipo de objetos de uso de los zares, son 700 rublos (17,5 euros). De vuelta a la Plaza Roja (denominada así no por motivos políticos, sino porque "roja" en ruso es equivalente a "bella"), merece la pena la entrada a la preciosa catedral de San Basilio, por 250 rublos (poco más de 6 euros).
Pero también en Moscú hay otros puntos de interés, como la catedral de Cristo Salvador, reconstruida en los años 90, pues fue derruida durante el estalinismo, y que ahora es famosa porque el grupo musical femenino de punk Pussy Riot irrumpió dentro para cantar una canción-protesta contra Putin, hecho por el cual han sido condenadas a dos años de cárcel. Muestra de que la democracia está todavía lejos de estar consolidada en Rusia. Es destacable que, a pesar de 70 años de comunismo, todavía perviven muchas iglesias por la capital moscovita y parece haber resurgido un sentimiento religioso (hay que ver con qué afán reza y se santigua la gente en sus templos) que alcanza aproximadamente al 65% de la población, que se declara creyente. Por su parte, la herencia comunista se puede contemplar en diversos edificios de estilo clasicista, los más importantes de los cuales son las llamadas "Siete Hermanas", siete impactantes y enormes rascacielos de diseño similar entre sí (Stalin quiso hacer más pero no le dio tiempo) diseminados por la ciudad y que hoy albergan dos hoteles (entre ellos el Hilton en el que estuvimos alojados), dos edificios de oficinas gubernamentales, la universidad pública y el resto, viviendas. Asimismo, cabe destacar la Biblioteca Nacional (antigua Biblioteca Lenin), la mayor del mundo con cerca de 30 millones de volúmenes, y el Mausoleo de Lenin, en plena Plaza Roja, a los pies de las murallas del Kremlin, que se puede visitar gratuitamente de 10 a 13 horas todos los días menos los lunes y los viernes. Acudid pronto porque las colas son de aúpa, aunque como sólo se puede estar apenas un minuto dentro todo va muy ágil. No se permiten cámaras ni móviles con cámaras, por lo que las tendréis que dejar en las taquillas. Descoloca contemplar el perfectamente conservado cadáver del padre de la Revolución Rusa. En cuanto al metro, además de barato (28 rublos o 0,70 euros el viaje sencillo, que aprenda Esperanza Aguirre en Madrid), está construido con un buen gusto estético y una decoración artística apreciable (guiado por la idea de levantar el Palacio del Pueblo, como decía el Gobierno comunista), sobre todo en estaciones como Komsomolskaya, Kropotkinskaya, Mayakovskaya, Novokusnetskaya, Novoslobodskaya o Ploschad Revolutsii.
Moscú es una de las ciudades más caras del mundo y eso se nota en las tiendas de objetos de lujo que la pueblan. Estos años de capitalismo han disparado el precio de las cosas, incluida la vivienda, que puede llegar a costar 40.000 euros/m2 en el barrio más selecto. Sin embargo, los sueldos no han subido ni mucho menos al mismo ritmo. ¿Os suena la historia? En la capital es donde más se gana de toda Rusia, con sueldos medios de unos 1.000-1.500 euros al mes. No hay más que añadir. Sin embargo, como gran urbe que es, hay de todo, y si se busca bien uno puede encontrar sitios decentes y con precios realmente asequibles donde comer platos típicamente rusos (no sólo fast food), como las sopas borshch o solianka, los blinis, los pinchos de carne shashlik, la ensalada Olivié (especie de ensaladilla rusa, aunque algo diferente a la de España) o el beef Stroganoff.
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