miércoles, 15 de agosto de 2012

VIAJES / Rusia (2): San Petersburgo, la belleza y la realidad

Estar en San Petersburgo y encontrar la belleza es algo inmediato. Sólo recorrer sus calles, Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco, es suficiente. Pero, además, resulta que aquí se encuentra el museo del Hermitage, una de las mayores y más completas pinacotecas del mundo, con más de tres millones de obras que abarcan desde antigüedades romanas y griegas a cuadros y esculturas de la Europea Occidental, arte oriental, piezas arqueológicas, arte ruso, joyas o armas. De hecho, su visita (400 rublos, es decir, 10 euros) puede convertirse en una locura si uno no selecciona mínimamente el objeto de su interés. En mi caso, me interesaban las extensas representaciones de las pinturas holandesa-flamenca (Rubens, Van Dyck, Rembrandt), italiana (Tiziano, Da Vinci, Rafael, Miguel Ángel), francesa o española. Del país galo destaca la soberbia representación de impresionistas, con importantes obras de Cezanne, Van Gogh, Gauguin, Pissarro, Monet o Renoir, por lo que si os gusta este estilo estáis en el sitio adecuado. Y de España podemos encontrar tres cuadros de El Greco, además de otros de Murillo, Zurbarán, José de Ribera, Velázquez o Goya. Una maravilla, vaya.

Del mismo modo, la recomendable visita al Palacio de Peterhof es otro punto de encuentro con la belleza. A pesar de su carácter austero, al zar ruso Pedro el Grande le acabó convenciendo su segunda esposa, Catalina, para que le construyera un recinto para el veraneo de proporciones descomunales e inspiración versallesca. El Palacio de Peterhof es un conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad que incluye un megapalacio y dos parques (el alto, de 4 hectáreas, y el inferior, de 102 hectáreas), se encuentra en la orilla meridional del Golfo de Finlandia, a unos 29 kilómetros de San Petersburgo y fue residencia oficial de los zares hasta que la Revolución de 1917 acabó con esta casta real. El palacio es una sucesión de salones a cuál más exquisitamente decorado, con estilos que abarcan el barroco y el neoclásico, e incluye una iglesia. Por su parte, los parques están hechos principalmente al estilo francés y el mayor de ellos, el inferior, está repleto de rincones magníficos, esculturas y fuentes, algunas de ellas con jocosas trampas: existen chorros ocultos que son activados a distancia para sorpresa del paseante. De hecho, para hacer ver cómo funcionaban, hay empleados del recinto que, escondidos tras los arbustos, realizan un trabajo que consiste en pulsar dichos chorros para remojar por sorpresa al visitante. ¡Os lo juro!

Pero dentro de la belleza subyace una realidad social innegable. Es imposible dejar de percatarse de que, si paseas por las afueras de San Petersburgo, los edificios no son tan bonitos ni la gente vive tan bien (mientras en el centro se construyen nuevas casas de lujo a 15.000 euros/m2, junto al estadio del Zenit). En la época comunista, la prioridad fue ofrecer alojamiento a buen precio y para todo el mundo. Así, a la gente le bastaba con pagar de adelanto un 5% del valor de la vivienda, de precio barato debido a su tamaño ajustado, dentro de edificios colmena y sin ningún tipo de valor artístico, y el resto en 25 años, aunque no se trataba de una compra sino de un alquiler de por vida. El resultado era un derecho cumplido de acceso de la vivienda pero en unas condiciones técnicas y artísticas deficientes. ¿Qué es más importante? Ésa es una cuestión a debate. Ahora, en cambio, el ruso medio, ése que gana unos 500-700 euros al mes, se ve abocado a abonar el 50% del precio del piso, a niveles muchas veces escandalosos, y el resto mediante una hipoteca bancaria al 12% de tipo de interés. Como resultado, cada vez más rusos se ven obligados a vivir en las afueras y/o en los mismos edificios que se construyeron en la época comunista, que siguen siendo baratos. Asimismo, también es obvia la desigualdad social en las calles, donde podemos ver cochazos de alta gama y limusinas al lado de vehículos supervivientes de los años 80 e incluso 70, unos Lada que se caen a pedazos. Cuando le pregunto si se vive mejor ahora o antes, me dice una rusa: nos han quitado el bozal y aflojado la correa pero la cuerda ha quedado muy corta y no alcanzamos a la comida; eso sí, podemos ladrar día y noche todo lo que queramos. Pues eso.

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