El documental "Tirar, comprar, tirar" (2010), de Cosima Dannoritzer, que en España han emitido las televisiones TV3 y TVE, saca a la luz y explica un hecho del que todos sospechamos, aunque quizá no seamos del todo conscientes: la obsolescencia programada. Se trata del mecanismo por el cual, de un lado, los consumidores adquieren y desechan productos cada vez de forma más rápida (y en algunos casos compulsiva), mientras que, de otro lado, los fabricantes producen objetos de un ciclo cada vez más corto, incluso adrede o, dicho de otra manera, defectuosos con la intención de que el ciclo del consumo se acelere.
Epson, por ejemplo, fabrica una impresora con un chip que, al llegar a un determinado número de servicios, lanza un mensaje para que la máquina parezca estropeada (en realidad no lo está). Otro ejemplo, Apple lanzó el iPod con una batería de duración artificialmente limitada que se negaba a reponer, ya que pretendía la compra de otro modelo de teléfono más nuevo (y caro). Estas prácticas por parte de la industria no son nuevas. Los fabricantes de bombillas fueron los primeros en crear un cártel, en los años 20, para limitar a propósito la duración de sus productos. ¿Bombillas para mucho tiempo? ¡Ni hablar! ¡Que duren menos y la gente compre más! ¿Medias de nylon sin carreras e irrompibles? ¡Claro que son posibles pero ni de coña lo vamos a permitir! ¡Nadie volvería a gastarse su dinero! Esa concepción del usar y tirar es la que predomina hoy, tanto en la mente de los fabricantes como de los consumidores (hablamos de países avanzados y también en desarrollo). Pero, ¿cuál es la consecuencia? Aparte de la insatisfacción constante. Todos esos desechos: televisores que por la TDT se han tirado, ordenadores que hay que cambiar porque sí, móviles que acumulamos y acumulamos por las múltiples ofertas, trastos de todo tipo... ¿Dónde se meten? ¿Se reciclan? No. Se mandan a los vertederos del tercer mundo...
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