De ejemplar se puede calificar el desarrollo, hasta ahora, de la denominada "Revolución de los Jazmines" que está intentando llevar la democracia a Túnez. El hecho es bien significativo, no sólo en sí mismo, que ya lo es por cuanto significa extender el sentido de justica y la libertad a más personas, sino porque se trata de una importante experiencia democrática en un país musulmán, ahora que estaba en tela de juicio la compatibilidad entre Islam y Democracia. Cierto que existen algunos ejemplos actuales que despejan dudas, como Turquía, pero la tendencia mayoritaria venía siendo bien la pervivencia de regímenes autocráticos (como el caso de Túnez), cuando no directamente teocráticos (como Arabia Saudí, donde, por cierto, se ha refugiado el dictador tunecino Zine el Abidine Ben Ali), bien la revolución dirigida desde postulados religiosos integristas (léase Irán). Parecía que la posibilidad modernizadora de muchos países islámicos debía pasar necesariamente por el Corán, en su lectura más restrictiva de libertades, claro.
Pero no es el caso de Túnez. El sacrificio de Mohammed Bouazizi, el vendedor de frutas que era víctima de la corrupción y el nepotismo del régimen de Ben Ali, ha llevado a un levantamiento popular no tan distinto del visto en su momento en España contra Franco o en Portugal con la Revolución de los Claveles. Finalmente, las élites del país y, aún más importante, el ejército (con la desobediencia del general Rachid Ammar) se les han unido en lo que es un movimiento revolucionario democrático de libro. Todavía queda tarea por delante: armar un proceso de transición en el que dar cabida a unos partidos sin mucha experiencia democrática, sin dejarse tutelar por el antiguo partido del régimen, el RCD. Habrá que aprender sobre la marcha. Aquí nos tenéis para aconsejaros, pero Túnez será, por fin, lo que quieran los tunecinos.
El dictador Ben Ali visita en el hospital a Mohammed Bouazizi
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