Rematamos este intenso viaje por Chile con una visita a la Isla de Pascua, un lugar mítico para mí desde que de chaval escuchaba las historias de los moáis y de la cultura que los construyó, floreció y desapareció con inusitada rapidez. Se trata de un viaje largo porque esta isla (conquistada por los polinesios en el siglo XIII y luego por los europeos en el XVII) se encuentra nada menos que a 3.800 kilómetros de Santiago de Chile, en pleno Océano Pacífico, a casi 2.000 kilómetros de otras islas habitadas, las Pitcairn. Hoy en día pertenece a Chile, si bien hay un creciente movimiento de los rapanui (indígenas originarios) por independizarse dado su descontento a raíz de la falta de atención del Estado (me suena...). El caso es que su ubicación tan aislada (de hech0, hay habituales problemas con la conexión a internet), su cultura ancestral y esas enormes estatuas monolíticas que se reparten por la isla te dan la sensación de encontrarte en el fin del mundo. Aunque todo está bien preparado para el turismo, su principal (con diferencia) fuente de ingresos, aunque tiene unas calles y unos caminitos que necesitan claramente ser arreglados. En este sentido, si os movéis por esta isla de menos de 165 km2 con coche, es mejor que alquiléis un 4x4 que soporte bien los baches.
Para empezar, el viaje: el vuelo desde Santiago nos duró 5 horas y 45 minutos a la ida y 4 horas y 30 minutos a la vuelta. ¿Cogimos un atajo al final? No, en esta zona del Pacífico existen fuertes vientos que soplan de oeste a este, lo que hace que se frene el avión al ir (apenas íbamos a 700 km/h) y empujen al volver (llegamos a alcanzar los 1.150 hm/h). A la llegada se forman buenas colas para pagar el ticket necesario para ver las principales atracciones de Pascua, como la cantera de los moáis, a los pies del volcán Rano Raraku, o el poblado Orongo, junto al volcán Rano Kau, etc., todos ellos muy recomendables, aunque se puede llegar por los alrededores gratis, pero ya que estás ahí... Total, que el tícket cuesta 54.000 pesos (67,50 euros) y es válido por 10 días (nosotros estuvimos tres días, un tiempo suficiente), pero no tenéis por qué comprarlo en el aeropuerto, podéis hacerlo más tarde, por ejemplo, en la oficina del centro del pueblo. Y digo pueblo porque solo hay una única localidad habitada, Hanga Roa, con poco más de 7.000 habitantes. Eso sí, el tícket se paga (como otras cosas de la isla) al contado, ya que internet funciona de aquella manera (en nuestro alojamiento sí pudimos pagar con tarjeta), así que tenedlo en cuenta para llevar efectivo encima (hay algunos cajeros, eso sí). Por otro lado, aunque a veces notéis ciertos cambios de tiempo incluso dentro de un mismo día, el clima es bastante benigno y la temperatura permanece muy estable entre el día y la noche (en invierno, sobre los 21-22 grados diurnos y los 16-17 grados nocturnos).
Sobre las cosas que ver, obviamente los moáis y la cultura rapanui son el objetivo básico. Impresiona el cráter del volcán Rano Kau y, como he comentado antes, luego podéis acceder con el tícket al poblado Orongo, que era usado con fines ceremoniales en la época de la primavera. Consta de una serie de edificaciones de piedra semihundidas en el terreno y contiene la principal concentración de petroglifos (rocas grabadas). Yendo al lado contrario de la isla, al norte, se alcanza Anakena, la única playa como tal de la isla, repleta de finísima arena y aguas cristalinas listas para darse un bañlo. En los alrededores se pueden encontrar algunas calas también interesantes. Pero es en Anakena donde contemplamos nuestros primeros moáis, el ahu (o plataforma) Nau Nau, que tiene siete esculturas (dos de ellas seriamente dañadass). Impresiona más de lo que pensaba. Esas dimensiones y la distancia de 11 kilómetros a la cantera de donde provienen da buena cuenta del misterio que siempre ha rodeado a su construcción y traslado (la teoría más aceptada es que se movieron con troncos de árbol, pero el trabajo debió ser tremendo). Bajando por el este llegamos al ahu Tongariki, el que tiene más moáis (15) e incluye el más alto de todos los colocados. Porque en la ya cercana cantera del volcán Rano Raraku está el moái de mayor tamaño, pero aún tumbado, sin colocar. La cantera es una maravilla, toda ella llena de estatuas, unas casi acabadas otras a medio hacer, algunas directamente pegadas aún a la roca... desperdigadas todas por la falda del monte. Es aquí donde la visita a la Isla de Pascua cobra toda su dimensión. Luego, volviendo por el sur se observan otros ahu menores, como los de Hanga Tetenga, Aka Hanga o Hanga Poukura. Más interesante es el ahu Akivi, situado en el interior, frente a los demás de la costa, que servía también como observatorio astronómico. Y, finalmente, acabamos el día en el ahu Tahai, a las afueras de Hanga Roa, donde la gente se reúne a ver ponerse el sol detrás de las famosas esculturas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario