Llegar a Atacama es aterrizar en un sitio bien distinto de cualquier zona campestre al uso. Para empezar, el desierto de Atacama, que abarca una inmensa superficie de 100.000 m2, es el más árido del mundo. Una región poco poblada y cuyo único atractivo histórico ha sido la extracción de minerales. Hasta hace unos años, que ha empezado a convertirse en una meca del turismo de aventura. Y San Pedro de Atacama es, con poco más de 5.000 habitantes, el punto neurálgico de esta nueva actividad. Pero antes expliquemos cómo llegar aquí. Lo más lógico es tomar un avión desde Santiago de Chile. Aerolíneas hay varias pero Sky y JetSmart tienen precios muy competitivos por entre 80-100 € ida y vuelta a Calama, que, con 165.000 habitantes, es la ciudad con aeropuerto en la zona. Desde Calama lo habitual es contratar un transfer hasta San Pedro, que se encuentra a más de 100 kilómetros de distancia. Translicancabur ofrece este servicio por 20.000 pesos (menos de 25 €) ida y vuelta a la hora y en el sitio que queráis. Ya en el camino se va viendo a lo que os enfrentáis: un lugar absolutamente inhóspito, sin un solo árbol, apenas una mínima (pero mínima) vegetación y sobre todo tierra, tierra y tierra, piedras, piedras y piedras, montañas, volcanes inactivos o durmientes... Nada parece indicar que allí pueda haber algo de interés.
Entrar a San Pedro de primeras (y de noche, como fue nuestro caso) impacta porque parece que retrocedes un siglo en el tiempo: calles (?) de tierra, casas (?) bajas con paredes de barro y paja, escaso alumbrado público, apenas tres callejuelas que merezcan llamarse así y descampados que enlazan con otras callejuelas... En fin, todo un poco surrealista. Y con la llegada del día empiezas a verle el encanto a todo: sí, San Pedro mantiene las características de una población en medio del desierto más árido del mundo. Tiene un aire intemporal que cautiva y su gente es de una cercanía y honestidad que pronto te acaban por conquistar. Eso sí, por otro lado, el sitio se ha convertido en el centro del negocio del turismo. Y sabe explotarlo. Dentro de esa aparente contradicción entre el mantenimiento de las tradiciones y su vocación de parque temático surge algo verdaderamente fascinante. Pasear por la calle Caracoles (una de las "principales") es asistir a una continua sucesión de agencias turísticas, todas enclavadas en casas tradicionales, con una oferta inmensa para conocer las maravillas del desierto de Atacama. Y vaya si las tiene: desde ascensiones a volcanes de más de 5.000 y 6.000 metros a visitas a géiseres, pasando por valles que parecen la misma Luna, lagunas escondidas en el desierto, inmensos salares, cielos perfectos para la observación astronómica y otras demostraciones naturales que nadie esperaría. Esa misma calle Caracoles está todo el día repleta de turistas procedentes de casi cualquier parte del mundo, gente que viene con el afán de la aventura en un paraje extremo y con un perfil de bohemia y buen rollo que encaja a la perfección con el lugar.
Para tenerlo todo atado con antelación, decidimos contratar las excursiones en Denomades.com, una web de intermediación muy profesional, cumplidora y eficaz, con un amplio catálogo de experiencias a elegir. De todas las posibles, nos decantamos por tres: tour astronómico, Valle de la Luna y Géiseres del Tatio. El primero está realizado por Una noche de estrellas, encabezada por Daniel, un auténtico astrónomo que te hará disfrutar de las delicias del cielo nocturno por 22.000 pesos (27 €). Comenzamos a las 20:30 yendo a las afueras del pueblo, a la casa de campo del propio Daniel, donde primero nos imparte en el interior un breve pero fundamental curso de astronomía básica. Luego nos ofrece un necesario tapeo con bebidas calientes para afrontar, ya en el exterior y con una temperatura bajando de 0 grados, una precisa descripción de las principales constelaciones del hemisferio sur, lección necesaria para orientarnos en un cielo tan desconocido para los procedentes del hemisferio norte. Por último, observación con cinco telescopios, a través de los cuales observamos Saturno y sus anillos, Júpiter y su superficie rayada, la Luna y sus cráteres, nebulosas, cúmulos, estrellas binarias... Una maravilla.
Las otras dos excursiones fueron realizadas con perfección por Layana y su guía Gustavo, que nos mostró y explicó dos de las grandes bellezas de Atacama: el Valle de la Luna (13.000 pesos más 3.000 pesos de entrada al área) y los Géiseres del Tatio (22.000 pesos más 10.000 pesos de entrada). El Valle de la Luna (a 13 kilómetros de San Pedro) es una formación geológica de hace 33 millones de años en la que los elementos naturales han moldeado un paisaje auténticamente lunar, con grandes valles y montañas, salares y dunas... Todo un espectáculo para los sentidos. Los Géiseres del Tatio (a 66 kilómetros al norte de San Pedro, cerca de la frontera con Bolivia, a una respetable altitud de 4.200 metros) son una enorme manifestación de la fuerza geotérmica de esta zona volcánica. Decenas de fumarolas se extienden por el terreno originadas por un agua subterránea en ebullición a 85 grados (a esta altitud no es preciso alcanzar los 100 grados para empezar a hervir). Se intentó sacar partido comercial a esta fuerza de la naturaleza pero su aislamiento hizo la empresa poco rentable. Afortunadamente, ahora es un espacio natural protegido. Para disfrute de los turistas, también incluye una piscina exterior donde uno puede bañarse. Eso sí, a solo 30 grados. Teniendo en cuenta que en el exterior (al amanecer, cuando se realiza la visita) pueden hacer 10 o 15 grados bajo cero, se trata de toda una experiencia. Como lo es en general Atacama, de donde nos vamos con el espíritu renovado.
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