Situadas en pleno corazón de Europa, la región francesa de Alsacia y la alemana de la Selva Negra tan solo están separadas por el río Rin. De hecho, durante siglos, Alsacia ha sido objeto de disputa entre ambas naciones, quedando hasta ahora bajo dominio galo desde el término de la Segunda Guerra Mundial, aunque llama enseguida la atención de la enorme cantidad de topónimos y nombres en egenral de origen germano. Comenzamos el viaje volando al Aeropuerto de Basilea-Mulhouse-Friburgo, aeródromo multinacional (aunque en suelo francés), pues dispone de espacios para los pasajeros que llegan a (o salen de) Suiza, Francia y Alemania. Como estos dos últimos países pertenecen a la Unión Europea, no hay problema, pero como Suiza no, puede surgir el siguiente problema o malentendido que nos sucedió. Alquilamos el coche (a través de Rentalcars.com, web muy aconsejable, por cierto) en la agencia Thrifty del lado suizo. Lo pensamos así porque también íbamos a circular por Suiza, país que requiere la llamada viñeta, un impuesto de unos 40 euros por circular por autopista (no por carretera convencional, ojo). No queríamos complicarnos mucho y decidimos tener un coche suizo (ya con la viñeta incluida). El caso es que, al final del viaje, al ir a devolverlo al aeropuerto, no reparamos en que nos metimos en el lado franco-alemán, donde hay también un mostrador de Thrifty y el resto de compañías de alquiler. Allí nos dijeron que teníamos que ir a devolverlo al lado suizo (bajo multa de 40 francos suizos), que estaba como unos 20 metros detrás. Pero... teníamos que ir primero a la frontera suiza (que queda a 4 kilómetros), pasar por la aduana, volver al aeropuerto recorriendo otra vez los 4 kilómetros y entrar por el lado suizo. Que lo sepáis...
El viaje en cuestión lo empezamos precisamente en Suiza, visitando la bonita ciudad de Basilea. Agradable, moderna y con una oferta imbatible para el turista: si estás alojado en un hotel tienes derecho a usar el transporte público ilimitada y gratuitamente durante toda tu estancia. Se trata de una medida que se aplica en todo Suiza, así que... ¡Fenomenal! Y más teniendo en cuenta que todo el centro de Basilea está prácticamente cerrado al vehículo privado y hay una estupenda red de tranvías para moverse. La llegada a la ciudad también supuso nuestro primer encuentro (de muchos más) con el Rin, donde, dado el buen tiempo, la gente se lanza no solo a tomar el sol en sus orillas, sino también al agua con flotadores aprovechando su anchura y buen caudal, y dejándose arrastrar durante buenos tramos. Muy divertido. Basilea contiene gran cantidad de museos (con descuento del 50% para el visitante asimismo), así como algunos edificios destacables, como la puerta medieval, el ayuntamiento y la catedral gótica (donde está enterrado Erasmo de Rotterdam). A lo spies de esta iglesia se proyecta cine de verano en agosto, por cierto. Gratis, claro. Un alivio, porque todo es carísimo en Suiza.
Subimos al norte y entramos en Francia para comenzar el recorrido por Alsacia, repleto de preciosos pueblos, casi todos situados a lo largo de la llamada Ruta de los Vinos de Alsacia, a lo largo de un valle a los pies de la cordillera de Los Vosgos. En Mulhouse encontramos un centro bonito, con su plaza, su ayuntamiento y su iglesia, algo que se repetirá a lo largo del recorrido, aunque en mayor grado de belleza. Después nos desviamos a Thann, que también tiene un pequeño casco interesante, y nos adentramos en Los Vosgos, una maravilla natural donde abundan sobre todo pinos y abetos. Nos encontramos con algunos miradores impactantes y subimos (por carretera) al Gran Ballon (1.424 metros), donde hay pistas de esquí habilitadas para el invierno. Regresamos al valle y nos acercamos a Colmar. Pero antes pasamos por Eguisheim (ver foto), uno de los pueblos sin duda más bonitos, pues conserva su estructura medieval con calles en círculos concéntricos dentro de la muralla. Una pasada. Colmar, a pesar de ser una ciudad grande (70.000 habitantes) tiene un centro muy atractivo y paseable, con calles empedradas, los edificios típicos de la zona con vigas de madera vista y culminando en la llamada "pequeña Venecia", un barrio que combina lo anterior con unos canales de agua. Aquí es donde nos decidimos a probar la gastronomía alsaciana, con desiguales resultados. Por un lado, me gustaron la tarte flambée -llamada flammkuchen en la vecina Alemania- (básicamente, una pizza de masa fina), el choucroute -también compartido con Alemania- (que ya conocía, salchichas y carnes con repollo) y el vino (un blanco fresco muy rico). Pero, definitivamente, no me entraron bien los fleischschnecke (rollos de pasta y carne), que se me hicieron muy pastosos.
Siguiendo nuestra ruta, luego fue el turno de Riqewihr (también de inconfundible nombre germánico), uno de los pueblos también que más me gustaron, con un centro cerrado al tráfico y unas calles chulas con edificios típicos. También es destacable Ribeauvillé. La verdad es que todo es un conjunto de belleza suma, dentro de viñedos que, en algunos casos, se descuelgan por las laderas alrededor de algunos pueblos. Y uno de lo spuntos fuertes del día es la visita al castillo de Haut-Koenigsbourg, situado en la cumbre del monte Stophanberch desde el año 1192. Impone su enormidad y su magnífico estado de conservación. Y las vistas son espléndidas, pues se otea toda la zona del valle que hemos visitado y se alcanza a divisar hasta el Rin y el lado de Alemania. Pero antes de entrar en terreno germano, nos queda culminar la ruta alsaciana. Primero Obernai, un pueblo que merece una parada. Y luego Estrasburgo, que, desde luego, no es la ciudad gris y burócrata que algunos pueden tener en la cabeza (por albergar el Parlamento Europeo). Se trata de una ciudad grande pero con un centro espléndido, muy agradable de visitar. No solo a lo largo de sus calles comerciales, sino también a la orilla del río Ill, que es dividido en canales en una zona de esparcimiento espléndida. Y qué sorpresa al desembocar ante la impresionante catedral gótica. Una de las mejores que he visto, sin duda. Construida entre 1015 y 1439, es Patrimonio de la Humanidad desde 1988. Normal. Por último, la obligada visita a la sede del Parlamento Europeo (a las afueras, hay que ir en tranvía), que es gratuita pero está dividida en tres turnos guiados: uno en inglés, otro en francés y otro en alemán. Sí, ninguno en español. Como tampoco sabíamos previamente los horarios llegamos fatalmente a la visita... en alemán. Muy interesante pero nos enteramos poco. menos mal que al final pudimos coger un libro informativo en nuestro idioma...
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