Nuevamente, una Eurocopa nos da la excusa para viajar, en este caso, al sur de Francia, donde la selección española reparte sus partidos de la fase de grupos de esta Eurocopa de Francia 2016 en las sedes de Toulouse, Burdeos y Niza. Como Niza ya la conozcoa y Burdeos, aunque era la opción más interesante a priori, habrá que dejarla para otra ocasión, el objetivo era Toulouse. La cuarta ciudad francesa por población (cerca de 500.000 habitantes) se sitúa a 90 kilómetros de los Pirineos, es atravesada por el bello río Garona y es patente su herencia occitana (los nombres de las calles están tanto en francés como en occitano), además de la española, a raíz del exilio masivo causado por la Guerra Civil. Entre sus edificios históricos destaca el Capitole, un enorme edificio sede del Ayuntamiento y que da nombre también a la monumental plaza, centro neurálgico de la ciudad. Asimismo, nos encontramos la Basílica de San Sernín, una de las mayores de estilo románico en Europa occidental e importante núcleo de peregrinación del Camino de Santiago, la Catedral de St-Étienne y la Basílica de la Dorada de Toulouse. Precisamente, cerca de este último edificio se sitúa una de las zonas de marcha de Toulouse, la Place de Saint-Pierre. La otra se extiende entre la Allée Jean Jaurès y las calles Gabriel Péri y Colombette. Nuestro alijamiento fue el "Bordeaux", un hotel con una buena relación calidad-precio y excelente unicación, pues es de fácil acceso al entrar en coche a la ciudad, cuenta con opción de aparcamiento privado (literalmente encerrado con llave) por 8 euros al día y andando se alcanza el centro fácilmente. El recuerdo de Toulouse será además positivo porque España logró vencer a República Checa por 1-0 (aunque fuera en el minuto 87, sufriendo), aunque todavía queda mucho campeonato.
Como teníamos algo de tiempo para hacer turismo por los alrededores nos dirigimos a Carcasona, a 95 kilómetros al sureste de Toulouse. El principal atractivo turístico de Carcasona es su ciudad antigua (La Cité), situada a las afueras de la actual villa. La ciudadela amurallada, un conjunto arquitectónico medieval restaurado por Eugène Viollet-le-Duc en el siglo XIX, fue declarada en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En verdad lo merece, su perfecto estado de conservación te hace retroceder siglos. Lástima que esté plagada de tiendas y restaurantes que te recuerdan la actualidad (je,je). Precisamente, en cualquiera de sus restaurantes se puede degustar uno de los platos típicos de la región, el Cassoulet, un guiso hecho con alubias blancas o frijoles, y distintas partes de carne animal. ¡Influencia hispana a tope!
Mención aparte merecen las partes de los Pirineos españoles que atravesamos para llegar a y salir del sur de Francia. A la ida, parada en Aínsa (Huesca), un precioso pueblo desde cuyo centro antiguo, situado en lo alto y constituido por edificios de piedra y calles empedradas, se obtienen unas espléndidas vistas de valles y montañas. Idílico. También fantástico es el recorrido desde Aínsa hasta Francia por el túnel de Bielsa, con una carretera en buenas condiciones, aunque con muchas más curvas en el lado francés (con pueblos mucho menos intresantes, por cierto), donde el desnivel es mucho más pronunciado. A la vuelta, aunque queríamos el retorno tranquilo por la frontera de Irún. una huelga nos obligó a recorrer el País Vasco francés: multitud de colinas y aldeas pequeñas con sabor a la Euskadi más rural. La llegada a Roncesvalles (Navarra), punto clave en la peregrinación a Santiago de Compostela, nos señala que ya estamos de nuevo en España.
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