lunes, 13 de mayo de 2013

ECONOMÍA / Las dos tragedias de Bangladesh: más de 1.100 muertos

El derrumbe el pasado 24 de abril de la fábrica textil Rana Plaza ha dejado en evidencia dos cuestiones. Una más aparente y terrible, que es la muerte de más de 1.100 personas, de las cerca de 5.000 que se encontraban en ese momento trabajando, debido a las pésimas condiciones del edificio. Y otra detrás e igualmente terrible: las miserables condiciones laborales (es un decir) a que se ven sometidos los trabajadores, con salarios paupérrimos (desde 30 dólares mensuales) y jornadas extenuantes en un ambiente deplorable. De la primera tragedia se ha beneficiado hasta ahora el propietario del Rana Plaza, Mohammed Sohel Rana (ya detenido), al no invertir ni siquiera un mínimo decente para el mantenimiento de las instalaciones. De la segunda tragedia se han visto beneficiadas en muchísima mayor medida las cadenas de ropa que venden caras las prendas eloboradas a precio de saldo en fábricas como Rana Plaza, en un sistema que no puede sino denominarse apropiadamente multinacional del esclavismo. La española El Corte Inglés, la británica Primark, la canadiense Loblaw y la danesa Group PWT ya han reconocido que compraban ropa en Rana Plaza, pero todos sabemos que es una sucia y generalizada práctica.

¿Y qué hacemos? ¿Compramos menos ropa? Comprar sólo lo justo siempre es una buena idea. ¿Miramos la etiqueta para ver dónde se fabrican las cosas? Si ya todas las empresas textiles están deslocalizadas en países pobres. Y tampoco es plan de dejar de hacer negocio con economías más frágiles que la nuestra. No. La solución debe ser otra. Debe ir en la línea de establecer mayores salarios mínimos en todo el mundo (y más cuantiosos aún en el caso de empleados de multinacionales extranjeras), de modo que las empresas no jueguen con el factor de la mano de obra semiesclava. No es justo para nadie, ni para los trabajadores de Bangladesh ni para los trabajadores de España, ni para los consumidores de ninguna parte. Los salarios fluctúan en función de cada país y su nivel de vida, pero hay que limitar esas variaciones para abandonar las actuales cotas de explotación laboral.

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