jueves, 22 de noviembre de 2012

CINE / 50º Festival de Gijón (y 2)

"Un monstre à Paris" (2011), de Bibo Bergeron (Sección Animaficx) Una película de animación solvente, entretenida, con buen rollo y, además, situada en la ciudad de París, concretamente a principios del siglo XX. Su mensaje de fondo de respeto por la diferencia le aporta una cierta enjundia, mientras que, por lo demás, centra sus bazas en el humor amable, las aventuras desatadas por el descontrol del invento de un científico y, cómo no, tratándose de esa ciudad, el amor entre los personajes. No descubre la penicilina pero se ve con agrado. Eso sí, la banda sonora, con temas cantados por Vanessa Paradis, es realmente estupenda.
"Epilogue" (2012), de Amir Manor (Sección Oficial) La decadencia de un anciano matrimonio, abocado a sobrevivir con una pensión que se intuye escasa y sin relación posible con unos vecinos y una familia que les son ajenos, le sirve al director para trazar una crítica de la sociedad israelí actual, en relación con los ideales que encarnaron en su momento los protagonistas y que hoy parecen perdidos. Incomunicación, capitalismo salvaje e ideología neoliberal extremista son algunos de los problemas que Amir Manor pretende sacar a la luz (y que muchos ya suponemos de Israel). No obstante, la narración excesivamente pausada y la falta de mayor concreción en las ideas apuntadas impiden que la cinte acabe de calar lo que debiera y sólo las buenas interpretaciones de la pareja, momentos puntuales de humor y el intenso drama salvan el filme.
"Snowtown" (2011), de Justin Kurzel (Sección Esbilla) Una cosa es querer contar con realismo los terribles sucesos acaecidos en realidad en Australia sobre un asesino en serie y otra bien distinta es sumergir al espectador en un ambiente de miseria humana en el que se pierde el horizonte moral de los hechos. Ese regodeo en lo peor de la humanidad hace, de hecho, que el espectador desconecte rápidamente de la historia y, al final del visionado, uno se queda en la retina con un cúmulo de imágenes y hechos tremendos sin pies ni cabeza, ni discurso que enhebre las circunstancias. Vale, es lo que ocurrió. Pero, ¿y qué?

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