Nos puede no gustar todo el entorno vinculado con la organización terrorista ETA, que durante años no dudó en maximizar sinergias para extender su extorsión tanto por vías armadas como políticas... Pero, actualmente, concurren dos situaciones muy diferentes a aquellos años 80 y 90: en primer lugar, ETA está prácticamente anulada merced a la presión del Gobierno de España y a la ayuda del de Francia, y, gracias a ello, el propio grupo terrorista se encuentra en una tregua indefinida y ha dejado de exigir dinero a los empresarios; y, en segundo lugar, la sociedad vasca está clara y mayoritariamente en contra de la violencia, sea para el fin que sea, y el cambio de Gobierno en Euskadi, con el PSE al frente, ha llevado a la normalización política. En este contexto, cualquier propuesta exclusivamente política, con condena de la violencia incluida, es absolutamente válida y difícilmente puede ser anulada sin conculcar el artículo 23 de nuestra Constitución, uno de los pilares de nuestra democracia.
Por tanto, nadie debería poder impedir que se presente a estas elecciones municipales (y otras autonómicas o generales) la coalición Bildu, de carácter independentista e integrada por los partidos Eusko Alkartasuna y Alternatiba (escisión de Ezker Batua), las agrupaciones Herritarron Garaia y Araba Bai, y otros independientes abertzales y de izquierda, que ya han condenado explícitamente la violencia. Defender la soberanía de un territorio por medios pacíficos nunca podrá ser óbice para que se le impida concurrir ante las urnas: es la gente la que decidirá libremente y, en todo caso, será una cuestión de derecho y política. Por ello, la decisión del Tribunal Constitucional de permitir la concurrencia de Bildu puede ser delicada y dolorosa (de hecho, ha sido sumamente igualada), pero es más democrática que la de rechazo por parte del Tribunal Supremo. Eso sí, habrá de vigilarse que Bildu no se convierta en un instrumento de ETA, que no lo parece. Simplemente defiende políticamente lo que la banda terrorista hacía por las armas. Si alguien no entiende esa gran diferencia es que está muy cegado por el odio.
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