El economista francés Thomas Piketty realiza un análisis exhaustivo pero muy claro en su explicación acerca de la desigualdad en el reparto del capital que se aprecia desde finales del siglo XIX y se está agravando clarísimamente en lo que llevamos de siglo XXI. En concreto, descubre la siguiente tendencia macroeconómica: la tasa de incremento de los beneficios del capital ha vuelto a ser, en estas décadas del nuevo milenio, superior a la del crecimiento de la economía general. El estudioso detalla que ya ocurría esto en el siglo XIX, cuando las grandes corporaciones empresariales dominaban el mercado, mientras que los Estados carecían de políticas fiscales de redistribución de la riqueza para beneficio social. En cambio, en el siglo XX todo cambió. Los altos costes de las dos guerras mundiales y el levantamiento de un bloque comunista que ofrecía beneficios y derechos laborales llevaron a los gobiernos occidentales a imponer impuestos al capital para repartir la riqueza, consiguiendo, por un lado, recursos económicos viables para los Estados y, por otro, calmar y contentar a los trabajadores aliviando sus deseos de derechos, libertades y prosperidad.
Sin embargo, el triunfo de las políticas neoliberales y la creación de nuevos conglomerados multinacionales (sobre todo tecnológicos), junto con el auge de los paríasos fiscales, han revertido totalmente el camino de redistribución andado el siglo pasado, lo cual lleva a que, en el siglo XXI, el crecimiento del capital vuelva a ser superior al de la economía general. Por primera vez desde el siglo XIX. Este preocupante retroceso económico y social es la base de la argumentación de este espléndido libro, que ofrece una alternativa para su resolución: la recuperación de políticas fiscales en tres vías. Por un lado, un impuesto global progresivo sobre el capital de hasta el 2% para los niveles superiores, un impuesto sobre la renta que recupere mayores tasas para los ingresos más altos y un impuesto sobre los mayores patrimonios. Como se observa, la clave es la progresividad. Es decir, gravar solo a los tramos superiores, que son los que se están beneficiando de la nueva tendencia económica, sobre la que los gobiernos no hacen nada, sino más bien alimentarla con bajadas de impuestos (haciendo creer que benefician a la gente trabajdora y clases medias, cuando en realidad es altamente rentable para las grandes fortunas). Hablamos de impuestos al capital, a las rentas y al patrimonio de millones de euros. Y recordemos que, en el siglo XX, en países como Reino Unido, Alemania y Francia, había tasas impositivas del 70-80% para los tramos más elevados de renta. Todo ello desapareció a partir del neoliberalismo de los 80 y 90, y posterior. Pero la consolidación del Estado de Bienestar (sanidad, educación, pensiones...) hace de obligado cumplimiento que recuperemos esas herramientas. La riqueza debe repartirse o este sistema caerá.
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